2 mar 2013

A la memoria de Colette


                                                                                      María Romo

      La circunstancia en la que se desarrolla la historia de Sidonie Gabrielle Claudine, más conocida como Colette, me trajo a la memoria  La mujer que tenía el alma dormida, título de un relato que leí siendo adolescente en uno de los ejemplares de Selecciones del Reader´s Digest a los que por entonces era tan aficionada. La durmiente Colette despertó, no de un sueño, sino de una pesadilla, y no por el beso de ningún príncipe azul, sino impulsada por un sentimiento de rebeldía que la llevó a combatir la impostura de un marido mediocre, como tantos otros en la historia,  empeñado en ensombrecerla.
    La obra de la escritora francesa llamó la atención del mismo Miguel Delibes, quien en un artículo periodístico, dejó relatada a grandes trazos una biografía no menos novelesca que la vida de sus heroínas. Colette una vez liberada del yugo marital, pudo brillar por sí sola, ser ella misma. Su vida puede rastrearse en los avatares de las protagonistas de sus novelas y relatos, pues ella supo como nadie, convertir en literatura sus propias experiencias.
    Las minuciosas descripciones con las que ambienta sus historias, evidencian una gran capacidad de observación, primando en ellas los objetos pequeños que imperan en el universo femenino, así como apreciaciones acerca de la moda, tocados, afeites, costumbres y elementos decorativos. Un intimismo de puertas adentro que recuerda, a mi modo de ver, el primoroso detallismo del rococó prerromántico. Colette se detiene en lo nimio, en lo tenue y fugaz, ingredientes todos ellos,  usados con una exquisitez y sutileza tales, que sólo podrían haber sido percibidos por un alma femenina. ¿Quién si no, podría impregnarse de tan sutil perfume sin parecer afeminado? Y aún así, lejos de manifestarse vanas y superfluas, sus páginas embriagan hasta conmover.
     El tema principal, “el pan de mi vida y de mi pluma”, tal como lo define la propia autora, es el amor, pero un amor que desde el principio se preludia como imposible, de ahí que sus personajes se aferren al momento en el que viven sus encuentros, ya sea desde el presente, o a través de un pasado evocado, como es el caso de la breve  narración de Albin  Chaveriat en  El Pimpollo. Son relatos en los que la acción se demora para dar cabida a un análisis pormenorizado de los sentimientos, donde la misma naturaleza, e incluso los objetos inertes, se convierten en metáforas de la historia, cuando no en premonitorios indicios del devenir, recurso de reminiscencias románticas. Colette muestra especial predilección por el lenguaje sugerente que deja espacio a la imaginación y aporta elegancia y voluptuosidad a su prosa. La sensualidad y el erotismo que rezuman sus páginas difícilmente turbarán al lector actual habituado al exceso de alusiones explícitas. No obstante, en su momento, sus textos no estuvieron exentos de cierta transgresión y escándalo, debido a la profunda sinceridad con la que supo tratar temas tabúes sin tapujos, exponiendo al desnudo la doble moral de su época, como deja especialmente constatado en Gigi. Este hecho la mantuvo bien equidistante del manido discurso moralista y pudibundo de otras escritoras, como la costumbrista Fernán Caballero,  que apenas le precedió  un siglo, y con la que mantiene, sin embargo, algunas analogías biográficas. 
     Pero lo que hace la obra de Colette, realmente interesante, no son sus innovaciones formales o estilísticas, ni incluso las temáticas,  sino la inversión de estereotipos sexuales. En este sentido, la autora da un salto ecuestre hacia nuevos derroteros literarios trazando un camino que será explorado por no pocas escritoras en los años venideros. Colette nos muestra una imagen femenina muy distante de aquella que durante siglos ha ido conformando la pluma de los hombres, de ahí que haya sido enarbolada por las feministas de su época, aunque paradójicamente, Colette fuera manifiestamente antifeminista. Reivindicaba, eso sí, la feminidad, pero una feminidad variada y rica liberada de estereotipos impuestos.
      En El Trigo verde, Camille Dalleray seduce al adolescente Phillippe aún a sabiendas de la inmaculada pasión que éste siente por la joven Vinca. Se invierte de ese modo, un papel tradicionalmente adjudicado al hombre, en cuyos brazos sucumbieron incautas y virginales doncellas de la historia literaria. Otro caso que patentiza esta inversión, es la novela corta Chéri,  donde se trata la atípica relación de una  mujer madura con su amante, treinta años menor que ella. Colette indaga en la psicología femenina relatando de forma magistral el desenlace. Resulta conmovedora la imagen de Lea, cuando sintiéndose vencida por su evidenciada decrepitud, decide forzar la ruptura a tiempo de  mantener íntegro su orgullo. En ambos casos, como en  otros tantos, la protagonista es una mujer decidida, independiente, impúdica, consciente de la naturaleza perecedera del amor, la cual vislumbra y asume con entereza, en detrimento de los personajes masculinos a menudo caracterizados como inconstantes, antojadizos, frívolos e incluso pueriles.
      Para aquellos detractores de lo que la crítica actual viene a llamar  “literatura femenina” –que no debe confundirse con feminista-  no les vendría mal acercarse a la obra de esta escritora que ilustra con su obra el devenir de un nuevo panorama narrativo, del que fue pionera en su momento y cuya denominación, sigue siendo en la actualidad,  susceptible  de originar  controversias.

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