Por
experiencia, había aprendido que en esta tierra, al sexo masculino le gusta
alardear de destrezas culinarias, pero una vez que se ponen en faena, usan a las
chicas de pinches de cocina. Rara vez recogen ni lavan los platos.
Y ya no digamos rascar la mugre de las cacerolas ni retornar las cosas a su
sitio; el mismo uso tiene para ellos un trapo de cocina que una bayeta.
Reservándose la parte creativa de añadir por orden los ingredientes,
removerlos y rehogarlos en su justo cronometraje, dejan para ellas la grasa
que salta bajo batuta de palo, más vital que nunca fuera de los
cacharros, los desperdicios, el olor a ajo en las manos y entre otros mil tropezones, las migas de pan sobre la mesa. También por experiencia sabía, que nada hacen si no se acompañan de alguna
copita de vino o una pinta de cerveza y para no enguachinarse, algo sólido, que
se hace necesario de vez en cuando ir abriendo el
apetito.
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