Friedrich era alemán, de inconfundibles rasgos
arios. Debía tener unos veintiocho años aunque diríase por su voz, algo
engolada, que aún estaba en el umbral de la adolescencia. Ratificaba esa
impresión, el gesto reiterado de su mano sobre el mechón de cabello que a ratos
descendía sobre su frente y que con los
dedos a modo de peine, echaba hacia atrás y otras poses típicas del que está
acostumbrado a ser observado, como si en cualquier momento pudiera entrar en el
objetivo de una cámara fotográfica.
-Es un
narcisista -pensé.
Era el
modelo idóneo para un anuncio publicitario de dentífrico y no obstante, había
algo en sus facciones que me disgustaba. No sabía exactamente identificarlo. De
repente me vino a la memoria la recreación de uno de esos héroes de cómics dibujados con el mentón exageradamente
cuadrado. Sí, decididamente había en él algo de galán caricaturesco y entonces
sonreí recreándome en esa idea detenida mi mirada en su barbilla de héroe de
papel, cuando percibí sus ojos escrutándome, algo entornados por una sutil
complacencia que detecté al instante. Enseguida vine a lamentarlo, porque
aquella contemplación de su prominente mentón debió inferirle la idea de que yo
de alguna forma estaba interesada en su persona. El hecho no pasó desapercibido
para Stéphanie porque intuí por su
sonrisa, que algo columbraba aquella mente despierta y arrojada. Tomó la
botella de vino espumoso y la vertió en mi copa, luego rellenó la suya y
acercándose me susurró:
-¿Te lo estás pasando bien Clarita? Hoy te noto muy callada. ¿Se puede saber en qué piensas?
-Tonterías mías, ni yo misma lo sé. Créeme
que lo he olvidado. Simplemente estaba abstraída, no me hagas caso. Estoy bien,
gracias -contesté descendiendo la mirada sobre un resto de papel de regalo que
empecé a satinar con los dedos con la
mayor concentración.
-No estoy segura de ello. Últimamente estás
muy rara, como ausente, parece que incluso intentas evitarnos.
-Nada de eso, créeme. Solo que a veces,
siento nostalgia. Tú no lo puedes
entender, vives aquí con tu familia. Es algo que nos pasa a menudo a los que no
somos de aquí. Como viene se va, no hay que darle mayor importancia. Me he
acostumbrado a ello.
-¿Y por qué no te buscas un novio que te
alegre un poco? Seguro que habría alguien dispuesto. No puedo creerme que no
tengas a nadie interesado o ¿acaso piensas en alguien en particular y crees que
no te hace caso?
Stéphanie pronunció la última frase con la
mirada furtiva apuntando al otro flanco. Empecé a sentirme incómoda. Mientras
hablábamos Friedrich no había dejado de observarme con sus ojos zarcos, con
cierta delectación, como si fuera yo un plato con posibilidades de ser probado.
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