7 may 2013

CARTAS A MEIN FREUND



     Friedrich era alemán, de inconfundibles rasgos arios. Debía tener unos veintiocho años aunque diríase por su voz, algo engolada, que aún estaba en el umbral de la adolescencia. Ratificaba esa impresión, el gesto reiterado de su mano sobre el mechón de cabello que a ratos descendía sobre su frente y  que con los dedos a modo de peine, echaba hacia atrás y otras poses típicas del que está acostumbrado a ser observado, como si en cualquier momento pudiera entrar en el objetivo de una cámara fotográfica.
 -Es un narcisista -pensé.
 Era el modelo idóneo para un anuncio publicitario de dentífrico y no obstante, había algo en sus facciones que me disgustaba. No sabía exactamente identificarlo. De repente me vino a la memoria la recreación de uno de esos héroes de cómics dibujados con el mentón exageradamente cuadrado. Sí, decididamente había en él algo de galán caricaturesco y entonces sonreí recreándome en esa idea detenida mi mirada en su barbilla de héroe de papel, cuando percibí sus ojos escrutándome, algo entornados por una sutil complacencia que detecté al instante. Enseguida vine a lamentarlo, porque aquella contemplación de su prominente mentón debió inferirle la idea de que yo de alguna forma estaba interesada en su persona. El hecho no pasó desapercibido para Stéphanie  porque intuí por su sonrisa, que algo columbraba aquella mente despierta y arrojada. Tomó la botella de vino espumoso y la vertió en mi copa, luego rellenó la suya y acercándose me susurró:
-¿Te lo estás pasando bien Clarita? Hoy te noto muy callada. ¿Se puede saber en qué piensas?
-Tonterías mías, ni yo misma lo sé. Créeme que lo he olvidado. Simplemente estaba abstraída, no me hagas caso. Estoy bien, gracias -contesté descendiendo la mirada sobre un resto de papel de regalo que empecé a satinar con los dedos con la mayor concentración.
-No estoy segura de ello. Últimamente estás muy rara, como ausente, parece que incluso intentas evitarnos.
-Nada de eso, créeme. Solo que a veces, siento nostalgia. Tú  no lo puedes entender, vives aquí con tu familia. Es algo que nos pasa a menudo a los que no somos de aquí. Como viene se va, no hay que darle mayor importancia. Me he acostumbrado a ello.
-¿Y por qué no te buscas un novio que te alegre un poco? Seguro que habría alguien dispuesto. No puedo creerme que no tengas a nadie interesado o ¿acaso piensas en alguien en particular y crees que no te hace caso?
Stéphanie pronunció la última frase con la mirada furtiva apuntando al otro flanco. Empecé a sentirme incómoda. Mientras hablábamos Friedrich no había dejado de observarme con sus ojos zarcos, con cierta delectación, como si fuera yo un plato con posibilidades de ser probado.


María Romo,  Cartas a Mein Freund (fragmento)

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