Uno de esos apesadumbrados
días de otoño, en los que cuesta al ánimo ascender en medio de tantas
nubes grises, un amigo inolvidable al que debo parte de mí, me tendió uno
de sus libros, diciéndome en voz baja, como el que revela un secreto:
-Léelo, me salvó la vida el día en el que desesperanzado, postrado en una habitación de hospital, vislumbré la
muerte.
No había transcurrido una
semana, cuando lo hice retornar a sus manos acompañado de una misiva:
Me ha gustado Emily
Dickinson. El modo de percibir la realidad, sus imágenes y metáforas:
"...la ilusión que se abre y se cierra como los ojos de las muñecas de cera”.“Todas las cosas barridas por entero eso -es la inmensidad-"
"...la ilusión que se abre y se cierra como los ojos de las muñecas de cera”.“Todas las cosas barridas por entero eso -es la inmensidad-"
Me costó creer que
hubiese sido un ser de este mundo. Aquella barruntada historia de un amor
imposible, me pareció tan conmovedoramente anacrónica... Ella misma, un
personaje fantasmagórico, irreal, sin mácula. Me la he imaginado desde
entonces, tantas veces, toda alba levitando en silencio por los espacios de
su casa, a la que estaría vinculada como alma en pena. Hasta la descripción de
su voz ahogada y sin aliento refuerza la misma idea.
Intuyo excesiva ingenuidad,
vulnerabilidad y temor atroz al mundo exterior que explicarían su reclusión.
Esta mujer no creó un universo
literario paralelo que suplantase al real, sino que se confinó en el espacio
que le era familiar y lo observó desde dentro, dilatado, con lentes nuevas. Su
pequeño mundo le bastó.
"La cotidianidad
teje una telaraña ante los ojos que nos impide ver lo que de asombroso hay en
el cada día" -llegó a decir más tarde el ultraísta Oliverio Girondo-.
Emily, ese espíritu conformista y resignado, vivió cada pequeño incidente diario como un acontecimiento histórico, lo nimio como algo trascendente.
Emily, ese espíritu conformista y resignado, vivió cada pequeño incidente diario como un acontecimiento histórico, lo nimio como algo trascendente.
La conciencia del paso del
tiempo reflejado en las minuciosas descripciones de las estaciones y su
tránsito a través del estado de las flores de su jardín, de las mutaciones del
paisaje circundante:
“Las colinas se quitan sus vestidos morados, y se visten de blanco, con camisones largos.”
Y esa obsesión por la inmortalidad a la que parece querer anticiparse; la idea de la vida terrena como algo transitorio, un trance ineludible; la evanescencia que contempla en todo lo que la rodea; la profundidad y nobleza de sus sentimientos; esa mirada tan suya que cala tan hondo en todo lo que ama, tienen también no poco de místico.
“Las colinas se quitan sus vestidos morados, y se visten de blanco, con camisones largos.”
Y esa obsesión por la inmortalidad a la que parece querer anticiparse; la idea de la vida terrena como algo transitorio, un trance ineludible; la evanescencia que contempla en todo lo que la rodea; la profundidad y nobleza de sus sentimientos; esa mirada tan suya que cala tan hondo en todo lo que ama, tienen también no poco de místico.
El mundo de muchos otros fue más vasto
que el suyo y sin embargo, miopes ellos, vieron menos.
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