1 ago 2013

DON SEGUNDO SOMBRA

 El valor de la memoria

                                                                                                       M. Romo

    Don Segundo Sombra es una deliciosa evocación del pasado que ya no vuelve, pero que permanece indeleble en la memoria como parte de nosotros mismos, susurrándonos quiénes somos o fuimos; ese palimpsesto sobre el que escribimos sin llegar a emborronarlo, porque el pasado evocado resurge más límpido, idealizado en la distancia, nostálgico, sublimado, envuelto en una áurea mágica que lo vuelve legendario y mítico:

 “Un rato ignoré si veía o evocaba.” “Aquello que se alejaba era más una idea que un hombre”.1
  
    La novela recupera un personaje legendario, el gaucho, para cuya recreación, Ricardo Güiraldes se inspiró en un personaje real: Don Segundo. Parece que desde el inicio de su actividad literaria, el autor quiso tratar el tema del gaucho con la intención de hacerle recobrar la dignidad que en otro tiempo tuvo, deteriorada en ese momento por la degradación a la que fue sometido bajo la pluma de algunos escritores que sucumbieron a la tiranía de los intereses políticos y económicos. El gaucho resurge en un mundo literario, y por tanto, ficticio. El único mundo posible que asegura su supervivencia.  
   
     El gaucho era descendiente de los conquistadores españoles y las indias de la pampa argentina. Se les reconocía una especial idiosincrasia, una particular axiología y código del honor. Tenían fama de cordiales, justos y cabales aunque algo ligeros en los duelos. Su figura siempre aparece vinculaba al caballo; eran excelentes jinetes, grandes domadores de potros salvajes, y cazadores por mera subsistencia sin ánimo de lucro. Lo único que ambicionaba el gaucho era su libertad e independencia. Su condición de nómada no le permitía asentarse mucho tiempo en un lugar. Cada vez que la pampa lo llamaba, emprendía nuevo viaje en solitario al encuentro de aventuras. Esta situación cambiaría en el siglo XIX, cuando la pampa se siembra de alambradas para la explotación agrícola. Llega el ferrocarril, el telégrafo y el gaucho siente cada vez más acotada su libertad e insegura la supervivencia. El mundo acelerado y trepidante de los tiempos de los electrodomésticos y las máquinas de vapor, convierten al gaucho en un mero recuerdo evocado por los abuelos. 
  
   Sin embargo, será Güiraldes, autor ubicado en el modernismo, quien rescate del olvido a este personaje trasnochado, perteneciente a un mundo romántico. La distancia –entonces residía Güiraldes en París- acentuó la nostalgia que el autor, a pesar de sentirse cosmopolita, sentía por los temas de su tierra. En su decisión opera al mismo tiempo, la influencia del movimiento regionalista en Hispanoamérica suscitado por las ideas que José  E. Rodó expuso en Ariel, divulgadas por la revista Proa 2. Tal movimiento proponía la creación de una cultura autóctona y el destierro de la mímesis europea. La recuperación de valores espirituales, como defensa ante el ya más que incipiente, utilitarismo norteamericano.

   
   La historia tiene forma autobiográfica, narrada en primera persona por Fabio, que evoca desde el presente de la escritura, los años que transcurrieron en compañía de “su padrino”. Su recuerdo aparece idealizado por la distancia temporal y la ausencia.
    Su aparición en la novela no está exenta de connotaciones simbólicas: 

“Me pareció haber visto un fantasma, una sombra, algo que pasa y es más una idea que un ser; algo que me atraía con la fuerza de un remanso, cuya hondura sorbe la corriente del río.“ 
   
    Es muy significativo que al nombre de Don Segundo –que para algunos connota subalteridad- Ricardo Güiraldes le sume el de Sombra. Dicha aliteración sugiere el silencio, la parquedad del gaucho. La sombra además es de naturaleza evanescente; como el humo, es inconsistente y tiende a desvanecerse, aparece y desaparece en la noche. La sombra implica, al mismo tiempo, el cuerpo al que acompaña y del que no se separa. En el mismo nombre del gaucho está implícito, por tanto, el joven Fabio. La influencia que se ejerce sobre alguien una y mil veces rememorada.
   
    En un plano superior, Fabio representa a la joven Argentina. Del mismo modo que no existe hombre sin su sombra, no existe identidad sin pasado -nos viene a decir Güiraldes-. Reivindica de ese modo la recuperación de ciertos ideales que ve representados en la mítica figura del gaucho, ideales intrínsecamente americanos, incompatibles con la praxis materialista estadounidense.
    
    Cada una de las tres partes de la obra surge del recuerdo de Fabio suscitado por la contemplación del agua que fluye, imparable, como el transcurso del tiempo. Imagen simbólica y clásica del Tempus Fugit son los ríos y corrientes que van a parar al mar. El mismo Fabio llega a decir: 

“Está visto que en mi vida el agua es como un espejo en que desfilan las imágenes del pasado”.

    De ese modo, en la primera parte, Fabio aparece con catorce años meditando sobre su niñez mientras contempla las aguas de un río correr. La segunda parte empieza en el capítulo X. Ya han transcurrido cinco años desde que salió del pueblo para unirse a Don Segundo. Representa una especie de viaje iniciático durante el cual se someterá a una serie de pruebas; son días de aprendizaje de las tareas de arreo y de doma y de adiestramiento moral por parte del maestro. La tercera, empieza en el capítulo XXVIII. Esta vez no mira un río, sino las mansas aguas de una laguna, momento que coincide con su asentamiento vital. Han pasado tres años desde que se convirtió en estanciero tras recibir la inesperada herencia. La alegría y el entusiasmo de los años de juventud se han disipado embargados ahora por la tristeza. Ya intuyó entonces que el advenimiento de la fortuna conllevaría al mismo tiempo una pérdida. Llega el momento ineludible de la separación. Fabio se ha convertido bajo la influencia de Don Segundo Sombra en un hombre útil y de provecho. Ha aprendido no sólo lo relativo a un oficio sino que su aprendizaje se ha extendido a algo más importante, al plano moral. Ha asimilado en definitiva, la axiología del gaucho: el valor de la amistad, la prudencia, el estoicismo ante el dolor, la aceptación del infortunio, la entereza ante la lucha, el desprecio por lo material, toda una conducta ante la vida. No hay nada más valioso que uno pueda legar. Somos los que nos dejaron ser o lo que otros se empeñaron que fuésemos. Fabio pudo ser lo que es en el presente gracias a “su padrino”.
  
    La memoria de Fabio selecciona de todos los hechos del pasado, aquellos relevantes en su vida y que aportaron alguna enseñanza, ya sea práctica o moral a su aprendizaje. Ningún episodio es meramente pintoresco, todos son funcionales. También son simbólicos los viajes en los que acompaña a los gauchos, durante los cuales se enfrenta a una serie de situaciones nuevas que le permiten probar su destreza, saliendo airoso o con alguna descalabradura.  El viaje a San Antonio de Areco tiene una especial significación para Fabio, por ese motivo se reitera en la memoria. Desde el punto de vista estructural acentúa la forma circular de la novela. Es el retorno al hogar como hombre, de aquel que salió siendo niño. 
  
   Otro tipo de memoria que aparece en la obra es aquella de tradición popular transmitida oralmente. Dos cuentos aparecen intercalados en la obra: el cuento Miseria, que le fue transmitido al propio Güiraldes, y el cuento de Dolores y Consuelo. Fabio permite que a través de él fluyan otras voces produciéndose dos planos lingüísticos: el que corresponde al hombre culto y maduro, que evoca en primera persona, y el popular, que es a su vez evocado igual que los demás personajes de la pampa.3 En el recuerdo de Fabio se proyecta al mismo tiempo imágenes del pasado que Güiraldes rememora desde el presente de su escritura.
  
     Al final del libro, se percibe una acentuación de la tristeza y una reiteración del tema del dolor y la muerte. Para entender ese ensombrecimiento, ese cambio anímico, hay que tener en cuenta las circunstancias particulares en las que se desarrolla la redacción de la obra, ya que ésta fue escrita durante el periodo que va desde los treinta y tres años a poco antes de la muerte de Güiraldes. Comprende por tanto, dos fases muy distintas en su vida. Los primeros nueve capítulos fueron escritos en Francia cuando vislumbra el éxito, trabaja en multitud de proyectos y goza de espléndida salud. A este periodo de pletórico optimismo, le sigue otro de crisis espiritual que lo sumerge en una profunda apatía. Cuando retoma la redacción del texto está ya desahuciado, sólo es cuestión de tiempo. Vislumbrando el final de su vida, Güiraldes vuelca su pensamiento en su obra: las referencias al dolor, la indiferencia ante el destino que pone en boca de Don Segundo, rememoradas por Fabio, adquieren especial significación. Las palabras del autor y de Don Segundo Sombra parecen incluso intercambiables. El adiós del gaucho es el presentido por Güiraldes, que llega a decir: 

“Es que me voy sin vuelta”.


1 Güiraldes, R. Don Segundo Sombra, Madrid, Cátedra, 2009, Edic. de Sara Parkinson de Saz, p.313, 314
2 Parkinson de Saz, Sara, Introducción a Don Segundo Sombra, Madrid, Cátedra, 2009.
3 Sáinz de Medrano, Historia de la Literatura Hispanoamericana (Desde el Modernismo), Taurus, 1989, pp.189.

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