22 ago 2013

LITERATURA INDIGENISTA

Similitudes y diferencias entre Huasipungo y El mundo es ancho y ajeno.
                                                                                                               M. Romo
   
      Las respectivas obras de Jorge Icaza y Ciro Alegría pertenecen a un grupo reducido dentro de la literatura hispanoamericana, la llamada literatura indigenista, caracterizada por señalar el problema indígena como social y económico bajo una visión  predominantemente positivista y marxista. El indianismo precedente, de raíz romántica  y su descripción idealizada y estereotipada del indio, no pasaba de ser una reivindicación cultural de lo autóctono[1] y una evasión hacia la búsqueda de lo exótico. 
      La novela indigenista tuvo ejemplos destacados en toda Hispanoamérica, pero su efervescencia fue mayor en la zona andina descendiente del imperio incaico, marco donde se sitúan las dos novelas objeto de estudio, Huasipungo de Jorge Icaza y El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría.
     
       La novela indigenista nace con Aves sin nido de Clorinda Matto (1889), retrato de la situación económica y social del indio cargado de alusiones costumbristas y tras fugaces destellos, desaparece después de 1940, aunque algunos autores en periodos posteriores incluyan sesgados elementos indígenas insuficientes para catalogar sus obras bajo el mismo rótulo. La corriente indigenista tuvo como tema central la reivindicación del indio, que generó apasionadas controversias entre escritores, periodistas, artistas e intelectuales con el objeto de buscar el remedio a los innumerables males que aquejaban a Hispanoamérica. En sus orígenes, fue un movimiento reaccionario que se opuso a la generación del novecientos, en su mayoría integrantes de familias hispánicas de rancio abolengo, que imbuidos de reminiscencias arielistas, defendían apasionadamente la herencia colonial hispánica. La generación del novecientos había adoptado una posición paternalista ante el indio al que consideraban de una raza inferior.
    
        El movimiento indigenista, lejos de ser homogéneo, tuvo muchas versiones[2]. Proliferaron por entonces, la valoración de las culturas autóctonas, por parte de pensadores americanos en el marco del análisis sociológico del continente, destacando la  fascinación que produce  lo exótico, lo autóctono y  pintoresco; otros interpretaron los problemas de América como consecuencia de la mezcla de razas y la inferioridad congénita del indio[3] en el que reseñaban los elementos negativos  de su carácter y su absoluta falta de educación, rasgos todos ellos, juzgados como impedimentos para el progreso. No faltaron quienes veían en el indígena la encarnación de lo nacional. Para estos últimos, las sociedades indias representaban los restos del Imperio incaico, grupos de seres iguales, libres de codicia, ajenos a la envidia, en estrecha comunión con la tierra con la que mantenían atávicas ataduras. Se llegó a proponer incluso una vuelta a la utópica arcaica. Posturas más radicales  proclamaban la superioridad de su raza, de la sierra sobre la costa, del Cusco autóctono sobre Lima. Lo encumbraban frente a la hibridez adulterada del mestizo.
     Para Uriel García el indigenismo era por el contrario, telurismo no racismo. Defendía el mestizaje cultural  como seña de identidad  recordando que en América lo que impera es el sincretismo en todos los aspectos de la vida. Siguiendo esta línea, llega incluso a hacer del machismo un valor del erotismo incaico en contraste con el clásico platonismo[4], elemento aquél, presente en la relación amorosa de los protagonistas de Huasipungo.
           
        La trama de ambas obras configura un esquema característico de las novelas indigenistas: un mundo dividido, el choque entre culturas y clases sociales diferentes que conviven en un espacio común sin fusionarse, y en cuya relación unos son las víctimas y otros los opresores. Predomina la visión social y económica, la actitud reivindicativa y el tono testimonial. Profundizan en las raíces que unen al indio con la tierra, la naturaleza, el agua. Relación magistralmente implícita en los títulos Huasipungowassi (casa) y punku (puerta):”casa a la entrada”- con que se designaba el pedazo de tierra cedido al indio apenas para su subsistencia a cambio del trabajo en la hacienda y El mundo es ancho y ajeno, ambos de carácter simbólico. Los indigenistas denunciaron la acción opresora que sobre el indio ejercía los latifundistas y los caciques permitidas por las autoridades políticas, consentida por la iglesia católica que predicaba la resignación ante sus explotadores. Rectificaron la imagen, que en detrimento de su verdadero valor, autores anteriores habían construido, destacando no rasgos incaicos de su carácter, sino otros más vivos, productos del mestizaje.
            Las descripciones bucólicas abundan en este tipo de novelas, bien para resaltar las duras condiciones en donde se desenvuelve el indio que habita en el huasipungo, bien para presentarnos en los capítulos introductorios el retrato de la comunidad de Rumi con valores idealizados  y el del ayllu como el de un paraíso perdido, antes de la intrusión del hacendado don Álvaro Amenábar, personificación del progreso mal entendido. Las descripciones del paisaje no son gratuitas. La vinculación del indio con su tierra es un elemento esencial. El indio nada es sin ella. Su pérdida, en ambos casos genera la rebelión de la comunidad que como un grito colectivo delata la ancestral injusticia sufrida. La rebelión remite a otras rebeliones pasadas y se proyecta en el futuro dejando inconclusa la causa.
              
              Las dos novelas se acercan de forma distinta al mundo indígena. En Huasipungo el indio presenta una total indefensión ante su opresor. La comunidad de Rumi sin embargo, intenta utilizar los mecanismos legales para defenderse del expolio. En ambos casos los culpables cuentan con las complicidades del estado y de la iglesia. Los defensores de la comunidad o están fuera de la ley, como el bandolero, o son idealistas ingenuos. Los indios de la comunidad de Rumi no están exentos de dignidad; son conscientes de sus limitaciones y les urge  la necesidad de instrucción. El narrador nos introduce paulatinamente en el mundo de la comunidad, sus creencias, sus supersticiones, la esperanza en la magia y la brujería como remedio al infortunio que evidencian finalmente su inutilidad.  
            Los indios de Huasipungo manifiestan por el contrario, una supersticiosa ignorancia que los hace más vulnerables, fáciles de sucumbir ante los requerimientos del cura. La ignorancia los ha embrutecido, no dudan en volcar su ira en aquellos que creen culpables de sus desdichas. Los indígenas descritos por Icaza son seres esquemáticos, elementales, apenas esbozados psicológicamente. Sus condiciones de vida son infrahumanas. Sus acciones son más instintivas que racionales, lo cual les conduce al uso de la violencia incluso en el preámbulo de las escenas de amor. Andrés Chiliquinga maltrata a su mujer volcando en su acción la impotencia y la humillación que siente fuera del huasipungo, para entregarse inmediatamente después, al acto amoroso:
 “De un salto felino él se apoderó de la longa por los cabellos…Si alguien hubiera pretendido defenderla, ella se encararía de inmediato al defensor para advertirle, furiosa: Entrometidu. Deja que pegue, que mate, que haga pedazus; para esu es maridu…”
La ignorancia y la pobreza los han degradado, los han vuelto temerosos, desconfiados y sumisos ante los poderosos. Su crudo retrato lleva implícita una feroz crítica al sistema socioeconómico que consiente su esclavización.
           La posición crítica  de Ciro Alegría llega a ser más contundente. La voz del  narrador hace alusión explícita a las trabas que encuentra un escritor para hablar de la situación del indio en el Perú. Su actitud es abiertamente más denunciadora. La autosuficiencia de la comunidad de Rumi,  con sus costumbres y leyes se deja ver en la primera parte de la novela y contrasta con la visión de Icaza. La vida de las comunidades respectivas queda desintegrada por la acción opresora a la que se ven sometidos los indios, muchos de ellos arrancados de su tierra, obligados a trabajar en la mina, el caucho o la coca en estado de semiesclavitud. De este modo, ambas novelas se deslizan de la presentación de las costumbres de los indios hacia la denuncia de una injusticia ancestralmente en ellos perpetrada.
            Icaza presenta la transformación de la oligarquía latifundista latinoamericana en clase empresaria y gerente que dependía del capital extranjero. La trama de la novela desarrolla el plan preconcebido por Pereira que pretende usar a los indios como mano de obra para sus fines. La novela no prescinde de elementos costumbristas, ejemplo de ello, es el funeral de Cunshi. Icaza inserta en el lenguaje literario quechuismos y altera las formas morfológicas y sintácticas para reproducir la peculiar pronunciación  del español de los indígenas. Los protagonistas son indios, Andrés Chiliquinga y su mujer Cunshi que conviven en la comunidad  indígena de la hacienda de Pereira. El terrateniente y su familia están en un segundo plano, ejerciendo el papel de opresores.  
         
           El estilo de Icaza es de un objetivismo extremo. El mundo y el medio en que viven los indios ecuatorianos aparecen descritos de forma naturalista bajo el más estricto realismo con tintes expresionistas que no eluden lo escatológico. Descripciones como el incidente de la pierna gangrenada de Andrés, la ingestión de la carne de vaca putrefacta, el velorio ante el cadáver maloliente; otras tantas escenas repulsivas dispersas en la narración, que fuera del contexto, parecerían exageradas, dejan constancia de las condiciones de precariedad y pobreza y de las vejaciones a las que eran sometidos. La suciedad que tanto llega a repugnar, no es innata a la naturaleza del indio, sino es consecuencia de su misma explotación. El hambre del que son objeto los llega a embrutecer  y los aleja de cualquier tipo de idealización, tal como se refleja en el episodio de la elección de la nodriza del nieto de los Pereira.  El cura es otro elemento opresor, un personaje activo, causa añadida al empobrecimiento del indio. El mundo es ancho y ajeno, reitera la figura del cura. En este caso, es un elemento pasivo que pregona la resignación y no aporta consuelo alguno, resaltando de ese modo, el abandono de la comunidad por el dios de los blancos. 

       En la trama central de El mundo es ancho y ajeno se insertan descripciones costumbristas, cancioncillas populares, relatos orales y episodios anacrónicos que enriquecen el texto. Las descripciones son más líricas que en Huasipungo, no sólo las que atañen al paisaje, sino a la propia prosopografía de los personajes, cuyos rasgos aparecen vinculados a la naturaleza. 
       
        Ciro Alegría deja constancia de la validez de la comunidad indígena como organismo social. Su desintegración viene promovida por elementos ajenos, originados por la sociedad mercantil y feudal que entran en contradicción con el ayllu. La solución planteada se orienta hacia la necesidad de líderes familiarizados con los mecanismos de poder de la ciudad y por tanto, con capacidad de luchar en otros ámbitos. En este sentido coincide con el planteamiento final de Huasipungo[5] 
       Icaza al identificar a los culpables, se desentendía de la herencia colonial, a la que había la literatura anterior, señalado como causa de la marginación de los indios, y emplaza su tesis hacia los factores socioeconómicos y las peculiaridades étnicas [6]. La inmersión en el sistema de valores del mundo moderno, implica irremisiblemente, la imposibilidad de retornar al paraíso perdido, que ya desde el principio, se vislumbra en peligro de extinción.                                                                                                                                                                                                                                




[1] Rodríguez-Luis, Julio, Hermenéutica y Praxis del Indigenismo. La novela indigenista de Clorinda Matto a José María Arguedas, Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México, 1980, pp.7-12
[2] Vargas Llosa, Mario, La Utopía arcaica. José María Arguedas y Las Ficciones del Indigenismo. Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México,1996, pp. 57-82.
[3] Sáinz de Medrano, Luis, Historia de la literatura Hispanoamericana (Desde el Modernismo), pp. 167-168.
[4] Vargas Llosa, Mario, La Utopía arcaica. “ José María Arguedas y Las Ficciones del Indigenismo”. Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México,1996, “ …es amor de macho que se apodera de la india por la fuerza de la virilidad antes que por la persuasión sentimental.”( p.75).
[5] Rodríguez-Luis, Hermenéutica y praxis del indigenismo, Tierra Firme, México, 1980, p.117.
[6] Fernandez, Teodosio, Introducción  a Huasipungo, Cátedra, Madrid,2009, p.39





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