1 oct 2013

La Vorágine

Arturo Cova: protagonista y narrador.

                                                                                                  M. Romo

         El argumento de La Vorágine, obra del autor colombiano, José Eustasio Rivera, sigue la estructura narrativa del mito clásico de la bajada a los infiernos: Arturo Cova, poeta no exento de reminiscencias románticas, de carácter controvertido y rebelde ante los convencionalismos de su época, decide huir con su amante. Tras ciertos avatares, termina paulatinamente adentrándose en una selva de la que difícilmente podrá escapar.
         El personaje se halla inextricablemente unido desde el principio a la situación narrativa. Es a un mismo tiempo, personaje principal y narrador que nos da noticias de los acontecimientos vividos en un pasado más o menos inmediato de forma sesgada, parcial y subjetiva, dejando tras sí rastros contradictorios. Porque eso es lo que viene a ser la narración de Cova, un rastro dejado conscientemente por su autor, como hilo de Ariadna.1 La existencia de ese personaje-narrador se evidencia desde la carta prologada firmada por el propio autor real, José Eustasio Rivera, dirigida al ministro haciéndole conocedor de la existencia de los manuscritos de Cova, los cuales dice poseer y haber corregido él mismo antes de entregar a la imprenta.
       El recurso de una historia escrita hallada casualmente, no es novedoso. Basta recordar el papel del traductor arábigo en el Quijote. Esta estratagema narrativa permite al autor ceder la palabra a otros personajes quedando relegado su papel a partir de ese momento, al de simple transcriptor. El narrador real renuncia así a la omnisciencia, se sitúa en un nivel neutral. Solo al final reaparecerá de nuevo Rivera para dar noticia acerca del protagonista. Al prólogo le sigue el fragmento de una carta, esta vez de Arturo Cova; la misma carta mencionada al final del relato. La narración concluye con un epílogo que nos confirma la desaparición de Cova.
        La narración enmarcada entre esos documentos aparece por tanto, como legajo que por circunstancias no demasiado esclarecedoras se halla en manos del autor real. Eustasio Rivera la pone en conocimiento del lector, que como un intruso se asoma al texto, cuyo narratario explícito es Ramiro Estébanez al que Cova realmente dirige sus memorias. El narrador adopta el uso de la primera persona para relatar en forma de diario los sucesos que van aconteciendo a medida que se adentra en la selva. Esta misma estructura fue usada anteriormente por otros autores como Defoe, Richardson o el autor anónimo de El Lazarillo, para acentuar la verosimilitud de los hechos narrados, aunque el uso de la primera persona en un texto añade subjetividad, susceptible en todo caso de ser interpretada.
      Parece no obstante, que a Rivera le interesaba subrayar la veracidad de los hechos, ya que llegó a incluir en las tres primeras ediciones, fotografías ficticias de algunos personajes mencionados en la obra para dar autenticidad al relato. En una de ellas aparece el mismo Cova en el que sus contemporáneos vieron el rostro de Rivera. Se funde así, autor y personaje, realidad y ficción; ambas mantienen en el texto de Cova una cierta interdependencia.
        Para Leterier,2 la causa por la que José Eustasio Rivera se enmascara en el prólogo del mismo modo que disfraza los nombres de los personajes de la obra, es la clara intención de denuncia social. Se sirvió de la ficción para proclamar la veracidad de unos hechos, de ahí la consideración histórica del documento que algunos daban como redacción verídica de experiencias vividas por el autor.
      Después de ocho meses en la selva, instigado por Ramiro Estévanez, Cova escribe su “odisea”. En un principio el único fin que persigue es emocionar con sus aventuras, pero su propósito inicial, termina siendo una acervada denuncia de explotación y violencia. Desde el inicio, el texto adquiere la forma de narración de un viaje. Después de algunas páginas, pasa a diario cada vez más deshilvanado en el que la perspectiva se reduce ganando inmediatez. A medida que se adentra en la selva, el texto se vuelve cada vez más inconexo, como un collage de narraciones que requieren el esfuerzo del lector para hacerlas comprensibles y que evidencian el estado de desquiciamiento de su autor. Es cuando Cova escribe a Clemente Silva al que lega el libro acompañándolo de un mapa en el que deja constancia de la ruta que han seguido, rogándole que lo haga llegar al cónsul. Rivera nos dice en su carta que ha corregido el manuscrito, sin embargo, el original se pierde para después de muchas peripecias, reaparecer parte de él en la Biblioteca Nacional. Rivera se constata como un escritor escrupuloso con el texto, sometiéndolo a una revisión constante, de ahí sus numerosas variantes 3, de tal modo que Páramo Bonilla se pregunta si no serían Cova y Rivera la misma persona: “Las dos conviven en una escritura, uno ordenado, el otro poseso.4 A estas circunstancias hay que añadir la aparición en el censo de un cauchero llamado Arturo Cova hacia 1911, lo cual no deja de añadir una irónica nota de misterio.
       Si seguimos el criterio de Monserrat Ordóñez, 5 el diario parece dividido en dos etapas: la primera transcurrida en las barracas del Guaraní que registra los sucesos más inmediatos, el relato en primera persona de Ramiro Estévanez y los cambios de humor de Cova, hasta que los protagonistas se fugan. La segunda parte narra el último trayecto del viaje. Son las páginas más deshilvanadas donde se acentúan los saltos temporales, el relato se vuelve cada vez más inconexo y el ritmo se acelera. Mientras que el Lazarillo remite al pasado para dar cuenta de los hechos que atañen al “caso” desde un presente satisfecho, Arturo Cova, por el contrario, escribe desde la desesperación. Los últimos fragmentos son tan breves, que de diario pasan a carta, y vienen a ser sucesivas llamadas de auxilio dirigidas a Clemente Silva. La voz de Arturo Cova es apenas un eco imperceptible, cada vez más acallado, hasta que finalmente termina enmudecido por la misma selva.
        Ambos narradores seleccionan los hechos, pero mientras el primero se detiene en aquellos que considera más relevantes para justificar su presente, la selección por parte de Cova, se realiza en virtud del egocentrismo del narrador, que no lo cuenta todo; silencia los detalles que puedan menoscabar su imagen. La condición de escritor lo inclina a menudo a recrearse en aquello que considera más conveniente desde un punto de vista estético, manipulando no sólo su relato, sino el de los otros narradores a los que Cova cede la palabra a lo largo del camino, a través de los cuales, se irán filtrando otras versiones cuestionando al narrador principal. Surgen así enmarañadas, las ambigüedades, las contradicciones, los relatos entrecruzados, las elipsis, acentuando el efecto de vorágine, de textura impenetrable de la selva.
Arturo Cova, no es más que uno de los cinco narradores- dramatizados 6 frente al narrador-disfrazado (Rivera) que relatan sus historias desde niveles distintos. Heli Mesa contará la mítica historia del embrujo legendario de la indiecita Mapiripana; después será el premonitorio relato de Clemente Silva sobre la infructuosa búsqueda de su primogénito y su obsesión por conservar su osamenta, o el discurso épico-histórico que pone en boca de Cova; el de los crímenes del Coronel Tomás Funes relatado por Estévanez de dimensión patriótica; los entrecruzados relatos de hombres que son engañados y llevados forzosamente a trabajar en las caucherías. La narración principal se ve de ese modo, fragmentada por distintas historias que aportan agilidad narrativa e introducne una polifonía de voces a modo de coro de tragedia griega.
     
      La narración de Cova aparece interrumpida, entrecortada también temporalmente. Son las circunstancias las que dictan y eligen el momento de la escritura, a veces a escondidas, bajo el efecto del cansancio, sintiendo el peso de la frustración por esperar en vano el rescate. A medida que avanza el relato, el tiempo pasado, valorado e interpretado con retrospectiva, va acercándose cada vez más al momento de la escritura, las elipsis temporales aumentan y las referencias a las circunstancias del viaje adquieren mayor inmediatez al mismo tiempo que se desarticulan, aportando noticias cada vez más diseminadas, apenas un rastro que se pierde en la espesura de la selva. Su escritura, como señala Montserrat Ordoñez, parece ocupar el tiempo vacío en el que no hace el amor con Zoraida Ayram, reiterando de ese modo, el antiguo paralelismo entre sexo y texto.
           La voz narrativa liga al personaje con el autor. El mismo Rivera propicia tal identificación al colocar su propio retrato en la primera edición. Cova, al igual que Rivera, es presentado como un escritor, un poeta. También parece haber asumido el personaje de ficción, ciertos rasgos del carácter desequilibrado atribuidos a Rivera. El desequilibrio de Cova se manifiesta en reiteradas ocasiones acentuándose al final. Se evidencia a través del tono nervioso y acelerado que adquiere el relato, en el uso de oraciones breves e incisivas, incongruencias y énfasis. Para algunos, Rivera debió volcar en él la neurastenia que él padecía. Está caracterizado como uno de esos típicos personajes frustrados de extracción naturalista con tendencia a la megalomanía.7 Su sentido mesiánico le lleva a menudo a asumir el papel de héroe. En otras ocasiones, aparece impregnado de cierta tristeza y melancolía románticas en las cuales se recrea llegando a pasear su introspección, con no pocos atisbos de exhibicionismo lingüístico y gestos histriónicos. Los síntomas de demencia de Cova llegan a su máxima expresión en las alucinaciones y delirios que sufre, las pérdidas de sentido y los proyectos criminales. Su progresiva locura ha sido interpretada de muy distintas formas: como locura romántica, equiparando al personaje con aquellos escritores malditos y rebeldes; hay quien interpreta su desquiciamiento como un proceso de satanización, o llega a identificar la selva con su mente o quizás el protagonista trae consigo un mundo que proyecta. En este último caso, la culpa no sería de la selva, ésta sólo sería el espacio donde el hombre desarrolla el germen de violencia innato a su propia naturaleza.
          Su viaje a la selva no sólo es una recreación del mito del descenso a los infiernos donde Perseo acude en busca de su Eurídice (Alicia), acompañado de Caronte (Franco). La controvertida personalidad de Cova, sus continuos cambios de ánimo que lo llevan fácilmente, de la euforia a la desidia, la apatía y la frustración, convierten a la selva en la imagen laberíntica de sus propios sentimientos, por lo que no es de extrañar que el planificado rescate termine en fracaso. Es llamativa la simbología de los nombres: Cova- alude a la oquedad- es cueva, mientras Alicia es aliciente para el varón que la idealiza 8

       El amor podría haber salvado a Arturo Cova, pero su incapacidad “por hueco” imposibilita su redención espiritual, por eso se pierde en la selva. Esta es mi interpretación, mi lectura particular de la narración de Cova. La descripción de la selva personificada en una devoradora de hombres, acentuada por la reiterada identificación de los fluidos del caucho con la sangre y el semen, no sólo son denunciadores del poder de la naturaleza sobre el hombre o representa ese espacio donde se dan cabidas las oscuras ambiciones. La selva en una interpretación más universal, adquiere connotación existencial, aludiendo en última instancia al laberíntico existir del hombre. El personaje de Cova preludia de ese modo, otras creaciones de raíz existencialista de autores posteriores. Narra el aciago destino de los hombres manipulados por el azar y la casualidad que sólo deja ruido y desolación. La lucha titánica con la selva, transciende lo puramente físico y remite a una búsqueda espiritual y ontológica donde el hombre corre el peligro de extraviarse para siempre.


1 Ordóñez, M., “Introducción a La vorágine” Madrid, Cátedra, 1990. 
2 Leterier, Elías (2005) “La vorágine:valor histórico y estructura conceptual. Trazos: Poesía en movimiento.
3 Herrera Molina, L.C., “Introdución a La vorágine” Bogotá 2005.
4 Páramo Bonilla, C. G. “Reseña sobre el manuscrito de La vorágine” Departamento de Antropología (Universidad Nacional de Colombia) Biblioteca nacional, Huellas Digitales.
5 Ordóñez, M., “Introducción a La vorágine” Madrid, Cátedra, 1990.
 
6 Benso, S. “La Vorágine: una novela de relatos”, Thesaurus, t.XXX, núm.2, 1975.
7 Sáinz de Medrano, L. Historia de la Literatura Hispanoamericana, Madrid, Taurus, 1989,pp.191-196.
8 Herrera Molina, L.C. “Introducción a La vorágine”, Bogotá, 2005.

No hay comentarios:

Publicar un comentario