4 nov 2013

Pensamiento medieval transmitido en los exemplos I


 1 CONSIDERACIONES GENERALES                                            
                                                                                                       M. Romo

              El exemplo es uno de los géneros literarios que mayor difusión  gozó en la Edad Media. Su origen es remoto. Desde época inmemorial los mayores relataban historias, transmitiendo con ellas, su sabiduría y su experiencia. Esa misma forma de difusión oral, confirió al género narrativo una naturaleza evanescente, vulnerable a variaciones históricas y culturales, enriqueciendo el contenido de sus argumentos según la axiología imperante en la época. Muchas de estas obras se perdieron, otras fueron adaptadas o reinterpretadas por autores posteriores que fijaron sus versiones a través de la escritura.
              
             El término genérico de exemplum engloba distintas formas narrativas breves: el cuento, la fábula o el apólogo; formas con las que se ilustraba y amenizaba la transmisión del conocimiento popular. De ahí que sus personajes sean tanto reales como fantásticos, legendarios e imaginarios, personas o animales que simbolizan metonímicamente los vicios y las debilidades humanas. Lo importante en el exemplum es la moraleja que entraña la historia, la lección aprendida de la experiencia, ilustrada de tal forma, que amenice la enseñanza implícita en la trama.    
          Con el advenimiento de la imprenta muchos de ellos han sobrevivido manteniendo intacta su vigencia, recopilados en colecciones o sueltos, a modo de anécdotas intercaladas en toda clase de obras: históricas, jurídicas, piadosas; encastradas como pequeñas joyas en novelas extensas como las narraciones populares breves insertadas en  El Libro de Buen Amor.
         
         Su tipología varía, pudiendo encontrarse narraciones folklóricas, que tienen su origen en la transmisión oral;  didácticas, con clara finalidad pedagógica; e incluso, burlescas, que conllevan una soterrada crítica a ciertos convencionalismos e ideas referidas a una determinada época. Sus temas oscilan, por tanto, desde lo serio y trascendental hasta lo cómico, grueso u obsceno. A menudo entraña una doble lectura susceptible de reinterpretarse, dado el carácter simbólico con que se dota a sus elementos, para escapar en muchos casos, de la censura imperante en el momento.
        
        En su génesis, los cuentos medievales aprovecharon materiales muy diversos, predominando las fábulas esópicas, las orientales, las vidas de santos y las obras didácticas. No resulta fácil en ocasiones, deslindar los cuentos populares de la tradición culta, por no aparecer nítidas las interacciones entre la obra anterior y la transformada, las innovaciones y los remozados sentidos intrínsecos en cada relato. A menudo este sentido se haya vedado por connotaciones simbólicas en su momento fácilmente identificables, pero que resultan oscuras para el lector contemporáneo.
     
      Los cuentos medievales tratan en general, de mostrar un comportamiento moral adecuado al pensamiento religioso de la época. Hay que tener en cuenta la hegemonía de la Iglesia y su papel de  mediadora en la transmisión cultural de la Edad Media. El mundo medieval era fundamentalmente teocrático. Dios se constituía el centro del universo. Su representante en la tierra era el Rey, figura indiscutible y hegemónica en el mundo medieval. El concepto piramidal de esa constitución social que imitaba el orden celestial, influyó en la construcción del mundo divulgada y defendida a través de la literatura. Esta circunstancia explica que el contenido de los mismos estuviese dirigido, no solo a la defensa de los preceptos de la Iglesia católica, sino a la defensa de los privilegios de la nobleza y del  mismo sistema feudal, modelo político-social exigido y consolidado históricamente por el proceso de la Reconquista.
         
        Por otra parte, los cuentos medievales evidencian en muchos casos, el sincretismo cultural, fruto de la convivencia de las tres culturas que conformaron la sociedad medieval: la cristiana, la musulmana y la hebrea. Como consecuencia de esa convivencia, se conocieron muchas narraciones procedentes del mundo oriental  que se constituyeron en fuente inagotable de posteriores versiones cristianizadas. Del mismo modo, dejó su impronta la cultura latina vigente en la Europa cristiana. Entre ellas fueron muy divulgadas las fábulas de Esopo, autor enigmático cuya existencia se ha puesto incluso en duda, las cuales se usaban en las escuelas para la enseñanza del latín.
         La iglesia aprovechó todo este acerbo cultural para promulgar sus ideas porque vieron en estas obras un medio óptimo de adoctrinamiento. Los predicadores usaban los cuentos en sus sermones para censurar vicios y ejemplificar modelos de conducta. En muchos casos adaptaron el contenido de  los cuentos de la Disciplina clericalis escrita en latín a sus conveniencias1, del mismo modo que aprovecharon otras obras latinas a las que tenían acceso los clérigos en los monasterios. En la Edad Media, la Iglesia tenía el monopolio cultural de Occidente. Gracias por tanto a ella, se difundieron muchísimos cuentos clásicos con una finalidad pedagógica y doctrinal.
        La labor  de Alfonso X, que inició el proceso de  secularización cultural infundido por su afán de instruir al pueblo, fue primordial. Sus traducciones ejercieron un papel importante en la difusión de la narrativa oriental. El centro fundamental lo constituyó Toledo, cuya escuela de Traductores  convirtió a la ciudad en una vía de penetración de la Antigüedad griega y del saber musulmán.2  Las obras traducidas pertenecen en su inmensa mayoría a la tradición semítica.
       Son numerosas las traducciones de didáctica oriental. De ellas forma parte  un grupo de obras de tema político-social en las que un sabio –generalmente Aristóteles-  daba consejos a un noble sobre el modo de reinar. La instrucción de los reyes era habitual en las obras orientales, en las que a menudo, se reclamaba el consejo de un sabio, para decidir sobre un juicio o resolver de forma equitativa un conflicto. Del mismo modo, en la Edad Media era costumbre que los nobles solicitasen los consejos de los hombres doctos antes de tomar partido en cuestiones políticas relevantes. El saber servía por tanto, para sostener el poder real, ya que guiaba a los soberanos en el justo proceder y los hacía precavidos ante sus enemigos. No hay que olvidar que los nobles, afanados en contiendas y guerras, compartieron en muchos casos  el analfabetismo del pueblo llano.
       En la obra de don Juan Manuel, el Conde Lucanor consulta acerca de distintas cuestiones a su consejero Patronio. Idéntica estructura, aunque esta vez es un padre que adoctrina a su hijo, se halla en Castigos y documentos de Sancho IV. La misma finalidad didáctica rige diversas colecciones de apólogos o e(n)xemplos cuya última fuente suele estar en la India como el Calila e Digna y Sendebar, traducida como  El libro de los Engaños.
        A partir del siglo XIV las fuentes árabes cedieron su primacía a los modelos de tradición cristiana y europea. Proliferan entonces las narraciones de temas hagiográficos y apologéticos de la religión cristiana.
       
       Los libros orientales contribuyeron al desarrollo de la  narrativa, no sólo con la aportación de motivos, sino en el desarrollo de técnicas hasta entonces inusuales que cohesionaban elementos dispares, hilvanándolos dentro de una  historia principal. Los personajes introducían los exempla, para dar respuesta a determinados planteamientos expuestos en el transcurso de la trama. Los cuentos aparecían de ese modo, enmarcados, engastados dentro de la historia. Otra técnica que se usaba habitualmente además del encadenamiento, era la "caja china", procedimiento en el cual un exemplum daba cabida a otro, y éste a su vez a un tercero y así sucesivamente.
        Importante aportación de los cuentos a la narrativa, fue también la posibilidad de sumar a la nómina de actantes principales, personajes que habían tenido anteriormente vetada la entrada como tales  en otros  géneros, ya sea la historiografía, la epopeya o la tragedia, donde los papeles relevantes fueron siempre acaparados por héroes y nobles. Se manifiesta gradualmente el protagonismo de una serie de niños, viejos, labradores, artesanos y personajes indigentes que no habían aparecido hasta entonces en las obras literarias. El tratamiento del cuento en la literatura, está en el origen por tanto, de la novela moderna. Del mismo modo, el cuento medieval, constituye un testimonio más de los primeros balbuceos del castellano como lengua oficial y de cultura.

Continuación: http://aliciaenjuist.blogspot.com.es/2013/11/pensamiento-medieval-transmitido-en-los_11.html


1 Rubio Tovar, Joaquín, Cuentos medievales españoles, Anaya, Madrid, 2006, pp. 11-23
2 Cano Aguilar, Rafael, El español a través de los tiempos, Arco Libros S.A., p.p.196-204

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