M. Romo
El
exemplo es uno de los géneros literarios que mayor difusión gozó en la Edad Media. Su origen es remoto. Desde
época inmemorial los mayores relataban historias, transmitiendo con ellas, su
sabiduría y su experiencia. Esa misma forma de difusión oral, confirió al
género narrativo una naturaleza evanescente, vulnerable a variaciones históricas y culturales, enriqueciendo
el contenido de sus argumentos según la axiología imperante en la época. Muchas
de estas obras se perdieron, otras fueron adaptadas o reinterpretadas por autores posteriores que fijaron sus versiones a través
de la escritura.
El
término genérico de exemplum engloba distintas formas narrativas breves: el
cuento, la fábula o el apólogo; formas con las que se ilustraba y amenizaba la transmisión del
conocimiento popular. De ahí que sus personajes sean tanto reales como
fantásticos, legendarios e imaginarios, personas o animales que simbolizan
metonímicamente los vicios y las debilidades humanas. Lo importante en el
exemplum es la moraleja que entraña la historia, la lección aprendida de la
experiencia, ilustrada de tal forma, que amenice la enseñanza implícita en la
trama.
Con el
advenimiento de la imprenta muchos de ellos han sobrevivido manteniendo intacta su vigencia, recopilados
en colecciones o sueltos, a modo de anécdotas intercaladas en toda clase de obras:
históricas, jurídicas, piadosas; encastradas como pequeñas joyas en novelas
extensas como las narraciones populares breves insertadas en El
Libro de Buen Amor.
Su
tipología varía, pudiendo encontrarse narraciones folklóricas, que tienen su origen
en la transmisión oral; didácticas, con
clara finalidad pedagógica; e incluso, burlescas, que conllevan una soterrada
crítica a ciertos convencionalismos e ideas referidas a una determinada
época. Sus temas oscilan, por tanto,
desde lo serio y trascendental hasta lo cómico, grueso u obsceno. A menudo
entraña una doble lectura susceptible de reinterpretarse, dado el carácter
simbólico con que se dota a sus elementos, para escapar en muchos casos, de la
censura imperante en el momento.
En su génesis, los cuentos medievales aprovecharon materiales
muy diversos, predominando las fábulas esópicas, las orientales, las vidas de
santos y las obras didácticas. No resulta fácil en ocasiones, deslindar los
cuentos populares de la tradición culta, por no aparecer nítidas las
interacciones entre la obra anterior y la transformada, las innovaciones y los
remozados sentidos intrínsecos en cada relato. A menudo este sentido se haya
vedado por connotaciones simbólicas en su momento fácilmente identificables,
pero que resultan oscuras para el lector contemporáneo.
Los cuentos
medievales tratan en general, de mostrar un comportamiento moral adecuado al
pensamiento religioso de la época. Hay que tener en cuenta la hegemonía de la
Iglesia y su papel de mediadora en la
transmisión cultural de la Edad Media. El mundo medieval era fundamentalmente
teocrático. Dios se constituía el centro del universo. Su representante en la
tierra era el Rey, figura indiscutible y hegemónica en el mundo medieval. El
concepto piramidal de esa constitución social que imitaba el orden celestial, influyó
en la construcción del mundo divulgada y defendida a través de la literatura. Esta
circunstancia explica que el contenido de los mismos estuviese dirigido, no solo
a la defensa de los preceptos de la Iglesia católica, sino a la defensa de los
privilegios de la nobleza y del mismo sistema
feudal, modelo político-social exigido y consolidado históricamente por el
proceso de la Reconquista.
Por otra
parte, los cuentos medievales evidencian en muchos casos, el sincretismo
cultural, fruto de la convivencia de las
tres culturas que conformaron la sociedad medieval: la cristiana, la musulmana
y la hebrea. Como consecuencia de esa convivencia, se conocieron muchas
narraciones procedentes del mundo oriental
que se constituyeron en fuente inagotable de posteriores versiones cristianizadas. Del
mismo modo, dejó su impronta la cultura latina vigente en la Europa cristiana.
Entre ellas fueron muy divulgadas las fábulas de Esopo, autor enigmático cuya
existencia se ha puesto incluso en duda, las cuales se usaban en las escuelas para la enseñanza del
latín.
La iglesia aprovechó todo este acerbo cultural
para promulgar sus ideas porque vieron en estas obras un medio óptimo de
adoctrinamiento. Los predicadores usaban los cuentos en sus sermones para
censurar vicios y ejemplificar modelos de conducta. En muchos casos adaptaron
el contenido de los cuentos de la Disciplina clericalis escrita en latín a sus conveniencias1,
del mismo modo que aprovecharon otras obras latinas a las que tenían acceso los
clérigos en los monasterios. En la Edad Media, la Iglesia tenía el monopolio
cultural de Occidente. Gracias por tanto a ella, se difundieron muchísimos
cuentos clásicos con una finalidad pedagógica y doctrinal.
La labor de Alfonso X, que inició el proceso de secularización cultural infundido por su afán
de instruir al pueblo, fue primordial. Sus traducciones ejercieron un papel importante en la difusión de la
narrativa oriental. El centro fundamental lo constituyó Toledo, cuya escuela de
Traductores convirtió a la ciudad en
una vía de penetración de la Antigüedad griega y del saber musulmán.2 Las obras traducidas pertenecen en su
inmensa mayoría a la tradición semítica.
Son numerosas
las traducciones de didáctica oriental. De ellas forma parte un grupo de obras de tema político-social en
las que un sabio –generalmente Aristóteles-
daba consejos a un noble sobre el modo de reinar. La instrucción de los
reyes era habitual en las obras orientales, en las que a menudo, se reclamaba
el consejo de un sabio, para decidir sobre un juicio o resolver de forma equitativa un conflicto. Del mismo modo, en la Edad Media era costumbre que los
nobles solicitasen los consejos de los hombres doctos antes de tomar partido en
cuestiones políticas relevantes. El saber servía por tanto, para sostener el
poder real, ya que guiaba a los soberanos en el justo proceder y los hacía
precavidos ante sus enemigos. No hay que
olvidar que los nobles, afanados en contiendas y guerras, compartieron en muchos
casos el analfabetismo del pueblo llano.
En la obra de don Juan Manuel, el Conde
Lucanor consulta acerca de distintas cuestiones a su consejero Patronio. Idéntica estructura, aunque esta vez es un
padre que adoctrina a su hijo, se halla en Castigos
y documentos de Sancho IV. La misma finalidad didáctica rige diversas
colecciones de apólogos o e(n)xemplos cuya última fuente suele estar en la
India como el Calila e Digna y Sendebar, traducida como El
libro de los Engaños.
A partir del
siglo XIV las fuentes árabes cedieron su primacía a los modelos de tradición
cristiana y europea. Proliferan entonces las narraciones de temas hagiográficos
y apologéticos de la religión cristiana.
Los libros
orientales contribuyeron al desarrollo de la
narrativa, no sólo con la aportación de motivos, sino en el desarrollo
de técnicas hasta entonces inusuales que cohesionaban elementos dispares,
hilvanándolos dentro de una historia
principal. Los personajes introducían
los exempla, para dar respuesta a
determinados planteamientos expuestos en el transcurso de la trama. Los cuentos
aparecían de ese modo, enmarcados, engastados dentro de la historia. Otra
técnica que se usaba habitualmente además del encadenamiento, era la "caja
china", procedimiento en el cual un exemplum
daba cabida a otro, y éste a su vez a un tercero y así sucesivamente.
Importante
aportación de los cuentos a la narrativa, fue también la posibilidad de sumar a la
nómina de actantes principales, personajes que habían tenido anteriormente vetada
la entrada como tales en otros géneros, ya sea la historiografía, la epopeya
o la tragedia, donde los papeles relevantes fueron siempre acaparados por
héroes y nobles. Se manifiesta gradualmente el protagonismo de una serie de
niños, viejos, labradores, artesanos y personajes indigentes que no habían
aparecido hasta entonces en las obras literarias. El tratamiento del cuento en
la literatura, está en el origen por tanto, de la novela moderna. Del mismo
modo, el cuento medieval, constituye un testimonio más de los primeros
balbuceos del castellano como lengua oficial y de cultura.
Continuación: http://aliciaenjuist.blogspot.com.es/2013/11/pensamiento-medieval-transmitido-en-los_11.html
1 Rubio Tovar, Joaquín, Cuentos medievales
españoles, Anaya, Madrid, 2006, pp. 11-23
2 Cano Aguilar, Rafael, El español a través de los tiempos, Arco Libros S.A., p.p.196-204
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