4 dic 2013

Pensamiento medieval transmitido a través de los exemplos III

2.5  Misoginia 

                                                                                                  M. Romo

        En la Europa medieval proliferaron los debates y diatribas en defensa o en contra de las mujeres que derivaron  en obras literarias de diverso género.
       Por una parte, los trovadores se recreaban en imágenes que por ausentes, se perfilan como figuras abstractas, puras idealizaciones; cuando no, víctimas del desamor, arremetían despechados contra aquéllas antes amadas, yendo de la cristalización amorosa al más soez vituperio. La mujer se convierte así, en la domna que se entrega a todos los hombres, destacándose su falaz condición e intensificándose sus defectos.  El tono llega a su máxima acritud en los maldits catalanes donde los poetas abandonan pasadas mesuras y la mujer es vilipendiada haciendo uso de un lenguaje burdo, obsceno y directo. Se suelen mencionar como precedentes de este tipo de textos, la sátira VI de Juvenal, el Ars Amandi de Ovidio, incluso la misma Eneida de Virgilio, donde se menciona de forma explícita la voluble condición femenina. 
        Junto a estas obras clásicas, no se puede ignorar la influencia que ejercieron muchas otras procedentes de la literatura oriental como el anónimo Sendebar o Libro de los engaños en cuyo análisis nos detendremos posteriormente.
       Las sentencias y preceptos de estas obras coinciden con ideas del Antiguo Testamento. Recordemos las palabras del Génesis que vierten sobre Eva la culpa de la pérdida del paraíso. Por seguirla, Adán se condena a ganarse su sustento con el sudor de su frente y la mujer sufrirá por siempre el fruto de su gravidez. La impronta bíblica se evidencia en la tradición ascética formada en las escuelas monásticas, de clara tendencia misógina o adversa a las mujeres, quienes son juzgadas como un peligro e insalvable obstáculo para alcanzar la santidad. La misma actitud denotan las declaraciones de San Pablo y los escritos patrísticos y escolásticos. 
      El reproche y el vituperio hacia las mujeres, alcanza su momento más álgido en el siglo XV, bajo la influencia del humanismo italiano. Rasgos marcadamente misóginos aparecen entonces, en obras extensas como El Corbacho del arcipreste de Talavera La Celestina (1499-1502) de Fernando de Rojas, con continuidad en siglos posteriores en otros géneros.
      
     Centrándonos en el tema concerniente a nuestro estudio, en la difusión de las narraciones orientales, desempeñó un papel fundamental la Disciplina Clericalis, donde se recogen numerosos cuentos que responden a la tipología del marido engañado por la mujer infiel como “La espada” y “La perrilla”. Los libros de sentencia y proverbios entre los que destaca, Bocados de Oro, dan el apoyo teórico a la idea que se ilustra en los cuentos: "las mujeres son un mal que no hay que lamentar perder."
       El espacio de la mujer medieval estaba restringido básicamente al hogar. Su destino se veía acotado al matrimonio, concertado por sus padres, o a la obligada  reclusión en el convento. El casamiento, visto como una transacción comercial, queda patente en “De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava”, motivo tratado posteriormente por Shakespeare en La fierecilla domada. En estos textos, la mujer es equiparada a un perro, un animal cuya indómita condición debe ser corregida por medio del sometimiento. No entienden otro lenguaje que la fuerza, la cual debe el varón dejar constatada desde el primer día de su matrimonio, para de esa forma, ganar la armonía en el hogar:
“Y de aquel día fue su mujer muy bien mandada y hubieron muy buena vida.
    El celibato, por el contrario, era del todo inadmisible en la época. La mujer célibe constituía una carga para la familia, no sólo desde el punto de vista económico, sino desde el social, ya que exigía estar siempre vigilante a fin de preservar su honor. Por tanto, en los casos en que no eran casadas, se veían forzadas por sus familiares a ingresar en un convento. Esta situación explica el estado de inmoralidad en que vivían muchas comunidades religiosas. La promiscuidad, la vida liviana y lasciva dentro de los claustros o recintos religiosos, aparecen en muchos relatos de la época. Uno de los más célebres pertenece a El Decamerón de Boccaccio: Maseto de Lampolechio, hortelano de un monasterio de monjas y cómo allí vivió alegre.
       En la vida real  hubo monjas muy devotas y mujeres muy cultas que optaron libremente por la reclusión, viendo en su elección, la única posibilidad de su desarrollo intelectual y el modo de escapar del yugo del matrimonio. Tales casos han quedado notoriamente inscritos en la historia. En lo que atañe a la ficción, otras tantas creaciones literarias, hicieron uso de su sabiduría, bien para no perder su vida en manos de su marido, como es el caso de Sherezade en Las mil y una noches; bien para alcanzar su libertad, como la joven esclava de La historia de la doncella Teodor. Ambas obras son, no obstante, textos de procedencia árabe.      
       
     En las antípodas, los modelos ensalzados son el rey y el sabio. Para alcanzar la perfección se hace necesario rehuir el contacto con la mujer, tanto en el plano espiritual, como en el físico. La contraposición sabiduría–mujer, es antiquísima, se remonta a los textos bíblicos -recuérdese a Sansón o a Salomón-.[1]        
      Su educación fue una constante preocupación para los pensadores de la época. Proliferaron los tratados que aleccionaban sobre cuál debía ser su conducta: obediente, honesta, discreta, sumisa, destinada a la educación de los hijos y a solazar al marido, tal como sigue aconsejando siglos más tarde Fray Luis de León en La Perfecta casada, donde incluso instaba a la mujer al silencio por creerla menos capacitada intelectualmente que el varón. Más cercano a la época, es el libro Castigos y doctrinas que un sabio daba a sus hijas, donde se tratan cuestiones que versan sobre cómo debe ser la indumentaria decente y el comportamiento honesto. Entre sus aseveraciones, se incluye la censura ante el abuso de afeites, la pronunciación de feas palabras y expresiones gruesas, aconsejando por otra parte, responder con aspereza ante los requerimientos masculinos.[2]
        
      Salvo excepciones, por lo general, los escritores se burlaban de las mujeres cultas y elocuentes. Se les atribuía una inclinación congénita al mal, caracterizándolas como entrometidas y ladinas, si no promiscuas maestras en argucias y engaños. Es revelador el título de El libro de los engaños en el que se relata cómo una mujer embustera, acusa al hijo del rey de intento de violación. El rey manda matarlo, pero persuadido por sus consejeros que le advierten de la deleznable condición de la mujer, adiestrada en la mentira, va retrasando la ejecución de éste, hasta escuchar las distintas historias de los sabios que intentan probar con sus exemplos,  los engaños  de las mujeres. En una de estas historias, se narra las argucias de las que éstas hacen uso para salir airosas de sus infidelidades, como es el caso del “Cuento del hombre, la mujer, el papagayo y la criada”. Al final, la verdad se descubre, el hijo es perdonado y la mujer ejecutada. 
      En el “Exenplo del omne e de la mujer e de la vieja e de la perrilla”, las mujeres aparecen caracterizadas como seres fáciles de persuadir, bobas e ingenuas. Sucede que una alcahueta se vale de la treta de un fingido encantamiento para que una mujer acepte a un mancebo como su amante. En La disputa de un asno de Anselm Turdema, la mujer aparece caracterizada con la misma simpleza. En este caso, un clérigo se aprovecha de una devota, reclamándole el pago del diezmo que los feligreses estaban obligados a ceder a la Iglesia como parte de los frutos cosechados, haciéndole creer que ese derecho también debía ser aplicado a su cuerpo.        
            
         El pensamiento femenino, sus acciones, ambiciones, y defectos son descritos bajo la óptica de hombres infundidos por prejuicios religiosos, de ahí que en general, estén las mujeres maltratadas en la literatura de este periodo. Su consideración se halla relegada a la de simple animal imperfecto, incapaz de dilucidar el bien del mal. Aún en el siglo XVI, Baltasar de Castiglione pone en boca de uno de sus personajes, una opinión muy extendida entre sus coetáneos: 
 ”…cuando nace una mujer es falta y yerro de natura y cotra su intinción”.[3] (pág.237-239). 
Idea que nos remite al origen bíblico de la mujer, nacida, no de Dios como el varón, sino de una costilla de éste.
            Uno de los escritores medievales inscritos en esta tradición misógina que con más acritud trató el tema de la mujer, fue Alfonso Martínez de Toledo, arcipreste de Talavera. En El Corbacho cuenta cómo un marido,  deseando castigar la infidelidad de su mujer sin que revierta en él la culpa de su crimen, se la ingenia de tal manera, que sea ella misma la que se dé muerte aprovechando su mala costumbre de hacer todo lo contrario a aquello que él le mandaba. Basta con prohibirle delante de testigos que beba de un veneno, para que su mujer lo ingiera, quedando de esa forma, sin castigo su venganza. Nadie podría negar las reminiscencias bíblicas de este discurso que nos recuerda claramente la desobediencia de Eva.
 De esta misma condición de la mujer hay una variante en El Conde Lucanor  en el exenplo V: “De lo que aconteció al emperador Federico y don Álvar Fáñez Minaya con sus mujeres”, donde el emperador se libra del yugo marital sirviéndose de una treta similar; en este caso, la prohibición de tomar unas hierbas, que asegura ser venenosas. Según la experiencia de Álvar Fáñez, se puede dilucidar que “mujer de buen entendimiento” es aquella que acata la voluntad del hombre sin cuestionarla. Este era el ideal de esposa y compañera que tenía el hombre de la Edad Media.
         La percepción de la inferior condición femenina respecto a la indiscutible superioridad fálica, se advierte ya en los cuentos tradicionales hebreos y musulmanes. En Historia de una mujer infiel, del Libro hermoso de salvación, cuyo autor fue el escritor hebreo R.Nissim del siglo XI, se cuenta la historia de un rey que propone a un hombre casado con una mujer hermosa, matarla para darle después como esposa a una de sus hijas, y no pudiendo éste cumplir su deseo, hace la misma propuesta a la mujer, prometiéndole a cambio casarse con ella, la cual, por el contrario, no vacila en intentar ejecutar el plan propuesto por el rey, quedando así demostrada la ínfima condición del alma femenina.
         Del mismo modo, se mantenían suspicaces ante las viudas, que según  el pensamiento de la época, debían mantener recato y devoción ante el marido fallecido de por vida. En “La viuda de Éfeso”, relato incluido en El Libro de los engaños, se hace referencia explícita de forma mordaz, a la hipocresía de las mujeres que se manifiestan compungidas ante la muerte del marido, no dudando en profanar su tumba, e incluso su cuerpo, si con ello les aviene el mínimo provecho.
         Ese mismo argumento aparece en una fábula esópica recogida también por Fedro bajo el título:”La viuda y el soldado”, en donde la honra de la mujer hacia el marido termina con un oprobio similar al narrado en Sendebar. En ambos casos la mujer se muestra incapaz de ningún sentimiento noble ni duradero. El amor de la mujer hacia el hombre es efímero, fácilmente mutable en desprecio; sus manifestaciones de afecto y dolor son simples rituales exentos de emoción sincera. La crítica hacia el alma femenina llega a su máxima acritud, cuando la mujer en vista de su nuevo amante, no duda en sustituir el cadáver de un criminal, por el hasta entonces, esposo venerado. El epígrafe de otro de los cuentos  de El Libro de los engaños ya es por sí mismo muy revelador: “Enxenplo del mançebo que non quería casar fasta que sopiese las maldades de las mujeres”.
        El cuerpo de la mujer, su aspecto físico, también fue tratado en las narraciones medievales. A menudo increpaban sobre la belleza femenina calificándola de espejismo producto del uso de mejunjes y afeites; mero artificio con el que revestían  su fealdad y disimulaban su falta de lozanía para hacer caer al hombre en sus redes.
          
       Algunos críticos atenúan el carácter misógino de los cuentos medievales, afirmando, que si hay que admitir que los autores resaltan la lujuria femenina y que los marcos de las historias son antifeministas, en la mayoría de los casos se pone de relieve, sobre todo, la astucia femenina en contraste con la simpleza masculina. Resaltan por tanto, la habilidad de la mujer que le permite engañar impunemente al marido necio y librarse de las acusaciones.[4] Tal afirmación parece a mi juicio, contradecir su intención, ya que la astucia de la mujer no está retratada como una virtud, sino como una cualidad intrínseca a una naturaleza inclinada al engaño. Mientras que al marido lo retratan crédulo, pero bonachón, exento de la malicia necesaria para ser capaz de dilucidar sus malas artes por no estar adiestrado en ellas, y ser de una condición totalmente contraria a la de su compañera. Se menciona el “Ejemplo de lo que aconteció a don Pitas Payas, pintor de Bretaña” para ensalzar el ingenio femenino que sale indemne de su delito. Empero, mi interpretación dista mucho de esta valoración.  Creo más bien que el marido, viendo mutado en carnero el cordero que había pintado, no alberga duda de la infidelidad de su esposa. La respuesta de ella deja, si acaso, justificada su falta:
“¿Cómo, mon señer? ¿En dos años petit corder no se fer carner? ¿Vos vinieseis temprano y trovaríais corder!”. 
          
         
      
       El amor entre hombres y mujeres está exento en general de dignificación en las obras de este género. Se trata exclusivamente el aspecto carnal de las relaciones. Prueba de ello fue el interés que en la Edad Media suscitó las artes amatorias. En la obra anteriormente citada, Historia de la doncella Teodor se trata el tema del erotismo. La misma doncella alecciona sobre cómo debe conducirse el varón. El Libro de buen Amor, trata mismamente de aleccionar a los amantes, en este caso, para que actúen de forma sensata y se conduzcan diestros en el arte de la conquista, pero sus fines resultan algo ambiguos, tanto por la polisemia de los términos que utiliza, como por sus referencias intertextuales. En el “Ejemplo del garzón que quería casar con tres mujeres” se cuenta la historia de un mancebo valiente que quiso casar con tres mujeres y consiguió dada su insistencia, que el padre le permitiera hacerlo con dos, con la condición de no casarse con la segunda hasta trascurrido un mes del primer casamiento. Pero Amor domó los devaneos de tal loco, que con la primera se consumió, nunca pudiendo tomar la siguiente. Llega a decir el autor al respecto:
”Amor, quien te más sigue, quémasle  cuerpo y alma, destruyeslo del todo, como el fuego a la rama; los que no te probaron en buen día nacieron, holgaron sin cuidado, nunca entristecieron; desde que a ti hallaron todo su bien perdieron; fueles como a las ranas cuando al rey pidieron”
           Aparece por tanto el amor, como una fuerza destructiva que aplaca y consume, muy lejos de la sublimación experimentada por los poetas del Renacimiento. La ironía resulta más clara si se conoce la fábula esópica que se menciona explícitamente al final del texto: “Las ranas pidieron rey”, donde unas ranas pidiendo a Zeus ser gobernadas por un rey y mandándoles éste un leño, vuelven a reclamarles un soberano y reciben finalmente una culebra de agua que se las termina tragando.
           Fedro en “El hombre con dos amantes” afirmaba:
 ”Amados o enamorados los hombres son igualmente despojados por las mujeres; tenemos ejemplos que nos lo enseñan”.
          La historia narra cómo un hombre que era amado por una mujer de su edad, se enamora de otra más joven, terminando ambas por arrancarle alternativamente los cabellos: la joven los blancos y la vieja los negros. Mientras que el sentirse enamorado lo rejuvenece, el sentirse amado lo hace envejecer. Por tanto, el amor de la mujer hacia el hombre está interpretado desde un punto de vista destructivo y aniquilador. Mientras los sentimientos del hombre lo revitalizan, los que recibe éste de su compañera, consumen y menguan su virilidad. No obstante, ambos están vistos desde una perspectiva masculina. No se indaga en los efectos que tal sentimiento provoca en la mujer.

    Para finalizar el tema, debemos hacer algunas concesiones. No toda la literatura de esta época fue misógina. Pareja a esta tendencia a denostar a  la mujer, en la literatura medieval castellana del siglo XV, hubo un desarrollo espectacular de la literatura femenina, tal como se evidencia en la novela sentimental, con todos sus elementos del amor cortés, manifestaciones que fueron más tempranas y perceptiblemente superiores en cantidad de testimonios, y yo añadiría, que también en calidad.

4 Los hijos
        
            El amor filial es el tema de uno  de Los nueve Libros  de los ejemplos y virtudes morales donde se narra la historia de una mujer noble que había sido condenada a muerte. El carcelero apiadándose de ella no la ejecutó pensando que moriría de hambre, pero trascurrieron los días sin que pereciera la prisionera, e intrigado el carcelero por tal suceso, vigiló para que la hija, única visita que recibía la prisionera, no le llevase el sustento, descubriendo finalmente, que era ella misma la que alimentaba a su madre amamantándola con la leche de su pecho. El ejemplo termina declarando como lo más natural, el amor a los padres: 
“Pensaría alguno que se haga esto contra la naturaleza de las cosas si la primera ley de la naturaleza no fuera amar a los padres”  
         Otro tema muy debatido en los cuentos y exempla medievales fue el concerniente a la educación de los hijos. Se consideraban a los padres responsables de los yerros de sus hijos y a éstos herederos de los defectos paternos. En Los Castigos del Rey Don Sancho, el rey amonesta a su hijo, el futuro rey don Fernando IV para que tenga en un futuro un recto proceder sobre los asuntos de estado. En uno de los exemplos: “El hijo de Lucrecia”, un joven condenado a muerte por sus delitos achaca su aciago destino a la falta de castigo que le confirió en su día su padre por las faltas cometidas. El deber de todo padre es la transmisión de su saber y experiencia para que los hijos sepan conducirse de forma recta en la vida.
          Dentro de estas narraciones de tipo pedagógico, se encuentra El Libro del caballero Zifar, cuya escritura fue impulsada por la reina María de Molina con el fin de guiar a su hijo en las tareas de gobierno. En uno de los exemplos se advierte que las malas costumbres practicadas durante mucho tiempo difícilmente se pueden mudar. 
         Muchos de estos relatos, constituyen enseñanzas que deberían volver a leerse o hacer que sean conocidas por nuestros hijos. Preceptos durante siglos, válidos, relegados al olvido, privándonos, en muchos casos, del provecho que su lectura infiere.


Pensamiento medieval a través de los Exemplos II: http://aliciaenjuist.blogspot.com.es/2013/11/pensamiento-medieval-transmitido-en-los_11.html


[1] Lacarra, Mª Jesús, “Introducción a Sendebar” Cátedra, 1989,pp.44-48.
[2] Bobes, Jesús Maire Cuentos de la Edad Media y el Siglo de Oro, Akal Literaturas, Madrid, 2006
[3]  De Castiglione, Baltasar, El Cortesano, Espasa Calpe, Madrid, 1987, p.(237)
[4] Bobes, Jesús Maire, Cuentos de la Edad Media y del Siglo de Oro., Akal Literaturas, Madrid, 2006, p. 29.

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