31 oct 2015

UNA INTRODUCCIÓN A LA LUCIÉRNAGA




          Mariano Azuela, el novelista que había defendido y puesto en práctica la documentación fidedigna de la realidad, el uso de un lenguaje claro y conciso accesible al pueblo, para rentabilizar de ese modo su propósito pedagógico, emprendió en 1923 una insólita aventura ulisíaca, seducido por las sirenas del arte llevando a término la escritura de tres novelas herméticas que constituyen un paréntesis dentro de su narrativa. La observación de la sociedad le siguió aportando la materia literaria, pero ahora estaba tan artísticamente transformada, que sólo era apta para ser entendida por una minoría. Espasa Calpe editó en 1932, tras algunos avatares, La luciérnaga, la última de este periodo, que representa la culminación de esta técnica inédita en él, inspirada en elementos foráneos. Pese a sus innovaciones, no llegó a tener el impacto comercial que esperaba y Azuela volvió, tras este inciso, a retornar a su habitual forma de narrar.

         Mucho se ha escrito sobre los motivos que llevaron a un autor forjado en la tradición del naturalismo francés y del realismo social a dar un viraje tan drástico en sus principios estéticos, traicionando su propia concepción de la novela. Parece ser, según palabras del autor 1, que tras el fracaso de sus novelas anteriores, cansado del anonimato, decidió, pese a las reticencias, experimentar con las nuevas técnicas narrativas procedentes de Europa y E.E.U.U., para ganarse de ese modo, el reconocimiento internacional y el prestigio editorial. Prueba de ello fueron sus fallidos intentos para que fuese Gallimard, la que se hiciese cargo de la edición y la previa publicación de varios capítulos de la obra en revistas como Ulises y Contemporáneos, conocidas en el medio vanguardista europeo.2 La malhora, la primera de este periodo, se redactó en 1923, dos años antes del “descubrimiento” de Los de abajo que catapultó a Mariano Azuela como autor por antonomasia de la Novela de la Revolución. En 1925 escribió El desquite y en 1926, la última de sus novelas herméticas: La luciérnaga, tras la cual finaliza la etapa experimentalista. A raíz de las argumentaciones esgrimidas por Azuela en 1951, Eliud Martínez afirma, utilizando una expresión de Ortega y Gasset, que el autor se sintió impelido a evolucionar dictado por la altura de los tiempos, no eludiendo mencionar la ambivalente actitud que mantuvo el novelista durante toda su vida hacia la nueva novela a cuyos artificios sucumbió en el paréntesis creativo de estos años.3

                Por otra parte, pese a sus numerosas innovaciones, puede afirmarse que Azuela no abandonó del todo su adherencia a sus principios estéticos. Tampoco pudo desembarazarse de la carga moralizante y de denuncia social. En cada una de las tres obras subyacen elementos propios del naturalismo, además de reiterarse temas tratados en sus primeras novelas que constituyen una constante en el autor, hecho que puede cercenar, de algún modo, la supuesta traición a su concepción novelística. Sigue siendo por tanto, el meticuloso observador de antes, pero, como él mismo declaró, era necesario en ese momento, dar un paso más en la realidad,4 sugerir esa otra parcela solamente accesible a través de la intuición, para lo cual se adentró en los inextricables caminos del pensamiento, sustituyendo la linealidad objetiva por un tiempo más íntimo y subjetivo a la manera bergsoniana, donde la memoria reconstruye el pasado a trazos, con sus elipsis y sus pertinentes cambios de espacio, desde un presente que no se para, que sigue fluyendo, a veces de forma trepidante y otras con una morosidad casi tediosa, incluso alucinante, reflejo del estado mental de sus personajes. La luciérnaga incorpora el experimentalismo y un complejo uso de metáforas, símbolos mitológicos, y referencias intertextuales de distinta naturaleza especialmente destacables en esta obra, cuya imbricada arquitectura, encierra en sí misma la clave de una novela sumamente hermética susceptible de interpretaciones varias, exigiéndose para ello, una particular lectura laboriosa y meditada, fruto de un afán por parte del autor, de trascender los límites espacio-temporales impuestos en la narración. Todo ello hace necesaria en última instancia, la cooperación del lector, cuya implicación activa, presupuesta por el autor, es un rasgo más de la modernidad de la que hace gala la obra.

           Pese a su valor intrínseco hay que incidir en la poca repercusión que La luciérnaga tuvo en su momento; la desatención crítica, en parte debida a las condiciones socioculturales por las que atravesaba el país, favorecida al mismo tiempo por los mismos juicios ambivalentes de su autor, la relegó al olvido. En los últimos años, y tras su reciente revalorización se ha convertido en un hito, un punto de referencia de la literatura mexicana del siglo XX, hasta el punto de llegar a afirmarse, que a través de ella la narrativa entra de lleno en la modernidad.5 Además de constituir junto a sus dos predecesoras: La malhora (1923) y El desquite (1925) una isla dentro de su producción narrativa, es un ejemplo de la confluencia de tendencias dispares de una época de encrucijada cultural, donde se hizo necesario desembarazarse de antiguos ropajes o superponer a éstos otros nuevos más vistosos y acordes con los tiempos. El género narrativo requería para su supervivencia, adaptarse a la nueva situación del arte. La representación mimética de la realidad evidenciaba su obsolescencia ante un mundo complejo, fragmentado, que imponía visiones relativistas, susceptibles de interpretaciones divergentes, que ya entonces, tenía en las artes plásticas, su propia forma de expresión.

                 Durante la década de los 20 y parte de los 30, la novela experimentó con las nuevas tendencias vigentes en Europa y E.E.U.U., consciente de la necesidad de renovarse. En México a este proceso se sumó el problema añadido de la búsqueda de la identidad a través de la literatura, generando discrepancias en cuanto a la concepción de la nueva novela. Las instituciones gubernamentales intentaron implantar un tipo de literatura concordante con el proyecto revolucionario como modo de afirmación nacionalista, que derivó en la Novela de la Revolución. La progresiva politización del tema nacional llevó a la identificación del pueblo mexicano con lo indígena, lo popular, rechazando todo elemento hispánico, ligado tradicionalmente a la alta burguesía. Los Contemporáneos, por el contrario, tenían un concepto universal de la cultura; abogaban por la total independencia del arte, defendiendo una novela revolucionaria en sentido estrictamente literario. Sus teorías, tachadas de aristocráticas y extranjerizantes, conllevaron a la estigmatización de todos sus integrantes.6 En este contexto, la obra de Azuela logró ubicarse en una vanguardia propia,7 contentando de ese modo a ambas facciones. Prueba de ello fueron los elogios de un sector de la crítica, por ver en sus tipos, sus diálogos vividos y sus ambientes, elementos autóctonos que avalaban la mexicanidad que propugnaban, y la reproducción de los Contemporáneos en sus revistas, de varios fragmentos de La Luciérnaga como ejemplo de su propia concepción narrativa. 
          Examinaremos en este trabajo los principios estilísticos que convierten estas obras en modernas en un proceso gradual ascendente que culmina en la perfección técnica de La luciérnaga, discriminando la procedencia de elementos técnicos y formales. En esta obra se refleja, más que en ninguna otra, la influencia que supuso el contacto con los Contemporáneos, idea avalada por el motivo del viaje que configura la novela, el estudio psicológico de sus personajes, la profusión de elementos mitológicos y referencias literarias, y en definitiva, ese afán implícito en su estructura por superar la transitoriedad., razones por las cuales, no parece osado interpretar un gesto de complicidad entre el autor y el grupo.

             El viaje ulisíaco de los Contemporáneos se convertía en una búsqueda de la tradición europea para trazar desde ella el futuro de la cultura mexicana. Asumieron el mito de Ulises como emblema de modernidad y símbolo de la tradición literaria universal. Sólo traspasando los límites geográficos era posible valorar y expresar aquello que los definía como nación. Los motivos del viajero y el retorno están en la base argumental de muchas de sus novelas, concebidas como una indagación, no sólo de posibilidades artísticas, sino de la propia identidad, pues consideraban que sólo con el distanciamiento y la introspección podía el hombre hallar su camino. Al mismo tiempo, todas las novelas de los Contemporáneos contienen reflexiones metaliterarias, alusiones al proceso mismo de la creación.8

         Azuela, también emprendió su particular viaje homérico. Partió de su patria movido por la curiosidad, con el ánimo de ampliar su horizonte y tras un tiempo en tierras extrañas, le avino la añoranza, la estima de lo que dejó atrás, y sintió, como el hijo pródigo, la acuciante necesidad de retorno. En esa distancia adquirió la perspectiva necesaria para vislumbrar su propio camino. Azuela entendió que le correspondía cumplir una misión determinada y esa sólo podía desempeñarla escribiendo en el lenguaje del pueblo. Otra cosa es que su nulo éxito como novelista lo llevara a experimentar con nuevas técnicas finalmente postergadas ante el inesperado reconocimiento de Los de abajo
                                                                    
                                                                María Romo
                                                 (Introducción al TFM: La luciérnaga de Mariano Azuela)

1 Azuela, M. Páginas autobiográficas, México, FC, 1974, p.170.
2 Torres de la Rosa, D.,<< La primera recepción de La luciérnaga de Azuela: desafío artístico y prestigio autorial>>, Centros de estudios lingüísticos y Literarios El Colegio de México, México, 211, vol.22, nº2, pp.48-53.
3 Martínez, Eliud, Mariano Azuela y la altura de los tiempos, Guadalajara, Gobierno de Jalisco, 1981, p.18. 
4 Azuela, M. Páginas autobiográficas, México, FCE, 1974, p.182.
Martínez, Eliud, Mariano Azuela y la altura de los tiempos, Guadalajara, Gobierno de Jalisco, 1981, pp.115-120.
6 García Gutiérrez, R., Contempráneos, la otra novela de la Revolución mexicana, Universidad de Huelva, 1999, pp.13-73.
7 Torres de la Rosa, D.,<< La primera recepción de La luciérnaga de Azuela: desafío artístico y prestigio autorial>>, Centros de estudios lingüísticos y Literarios El Colegio de México, México, 211, vol.22, nº2, p.57.
8 García Gutiérrez, R., Contempráneos, la otra novela de la Revolución mexicana, Universidad de Huelva, 1999, pp.207-235.

                                                                                              

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