14 feb 2016

CRÍTICA SOCIAL EN LA LUCIÉRNAGA




            Azuela puede adjudicarse con derecho, el mérito de ser el primer novelista en denunciar la traición de los ideales revolucionarios y a los caudillos que no cumplían con los principios por los que habían batallado, inaugurando así una tendencia que secundarían otros escritores.76 La crítica de La luciérnaga en este sentido, es especialmente exacerbada, razón por la cual, fue advertido de la escasa probabilidad de que su obra se difundiese en el México de los años 30.77 El contexto histórico es crucial para su correcta interpretación, porque bajo el embozo de ficcionalidad, se vislumbra la escéptica visión de un hombre que batalló en sus inicios por cambiar la situación de su país, inmerso en una contienda, y que indagó seguidamente en la diagnosis del fracaso. La acción se desarrolla, por tanto, en un tiempo y un espacio para nada ajeno ni indiferente al autor. Si su condición de médico le inclina a retratar la realidad con objetividad científica, favorecida por la cercanía de los ambientes que describe, su pertenencia a una clase determinada, su propia experiencia revolucionaria, formación e ideología, erosionan la imparcialidad propugnada. Todo ello hace que su discurso en ocasiones, parezca marcadamente tendencioso.
           El panorama de la vida mexicana de esos años, se presenta sombrío en un trasfondo político poco esperanzador. La novela cuestiona acremente los supuestos logros de la Revolución en un periodo en el que se pretende su institucionalización. Históricamente caracterizada por sucesivas aniquilaciones de caudillos, la etapa abarcada en la novela, va desde el gobierno de Carranza, hasta 1926, año funesto, que señala el inicio de la rebelión de los cristeros durante el periodo presidencial de Plutarco Elías Calles. Azuela lleva por tanto la redacción de esta sátira, a la máxima actualización histórica coincidiendo con la fecha en que concluye la obra.
            La constitución de 1917 impulsada por Venustiano Carranza, recogía muchos ideales de los primeros revolucionarios, entre ellos, la libre manifestación de ideas, la educación gratuita y obligatoria, la distribución de tierras y conquistas sindicales, principios que en la práctica, fueron traicionados o cayeron en el olvido. Al mismo tiempo, era eminentemente anticlerical, pues despojaba de los bienes a la iglesia, prohibía el culto fuera de los locales cerrados, restringía el papel del clero en los trabajos sociales y en la enseñanza. Las sucesivas protestas de los católicos, obligaron al gobierno a renunciar a la aplicación de estas leyes. La situación cambió de forma radical bajo la presidencia de Calles. Su gobierno no admite concesiones. Calles impone un orden, una doctrina, cuyos significados y valores se fundamentan supuestamente en los principios revolucionarios. Para llevar a cabo su proyecto no importará los medios utilizados, sino sus fines. Se exige, por tanto, más que “lealtad” a los ideales de la Revolución, el servilismo más abyecto. La educación se reemplaza por una doctrina que perpetra una única forma de pensar y de actuar.78 En consecuencia, se impondrá la mediocridad y el paulatino empobrecimiento cultural. El resultado, en definitiva, distará mucho de las reivindicaciones de los primeros revolucionarios y de los postulados de la Constitución de 1917.
             Para contextualizar este momento histórico, en La luciérnaga, aparece toda una serie de personajes pertenecientes a distintos sectores: militar, político, jurídico, burocrático e incluso educativo; piezas del engranaje de un sistema donde impera la corrupción institucionalizada. La Generala, representante del primero, se apresura en enriquecerse antes de que el poder cambie de bando. Sortea las exigencias legales cometiendo todo tipo de infracciones, confiada en la impunidad de su cargo. Se mencionan también algunos casos de arribistas que se unen a las facciones triunfadoras al margen de sus ideas, aún siendo contrarias o careciendo de ellas, o de burócratas que medran alrededor del Estado. En la memoria de Azuela prevalecería la tienda de abarrotes de su padre alternativamente abacería y cantina. Su recuerdo y experiencia familiar le permiten establecer comparaciones con el nuevo sistema fiscal impuesto por el gobierno de Calles, el cual juzga excesivo e injusto. La burocracia, como aparato diseñado por el estado, frena cualquier emprendimiento. El pueblo incauto, vulnerable a la acción de los otros, se encuentra maniatado. El engranaje político no deja otra salida que la complicidad de los corruptos. Al margen de ellos es difícil la supervivencia, imposible la prosperidad. Según la visión de Azuela, la necesidad vuelve a los seres infames. En la misma fallida organización de la sociedad anida el germen que corrompe a los hombres, compelidos a actuar fuera de la ley para sobrevivir. Los miembros de la justicia, muestran del mismo modo su inoperancia al evidenciarse el crimen sin castigo tan reiterado en las novelas de Azuela.79 En otros casos, se evidencia, no la inserción social de expresidiarios, sino su readaptación al crimen organizado. En cuanto a la educación impartida por el sistema, la novela lleva implícita igualmente una crítica a los docentes, “maestros topos e irresponsables”80 que crean expectativas de talentos inexistentes, motivo, que reiterará en obras sucesivas. Si en la provincia resultaba asequible aunque los medios insuficientes, en la ciudad, su acceso se problematiza por cuestiones no sólo burocráticas, sino prioritariamente económicas, dejando patente de ese modo, las contradicciones del programa político del gobierno, la falacia de los discursos políticos.
                 En las argumentaciones ideológicas, o en las disertaciones mentales de los personajes, las palabras se someten a un proceso de perversión; el bien y el mal son conceptos difusos gracias a un relativismo que dificulta su discriminación, cuando no incurren en el autoengaño o la simulación: “El hombre honrado ha de controlar a cada instante su bella imagen. Que robe, que viole, que mate; pero que tales actos, como malos actos, no caigan bajo el dominio de los demás, para que no moleste ni el remordimiento más insignificante” (LL, 189).
                    La Revolución genera un auténtico cataclismo social donde los distintos estratos intercambian sus papeles. Surge una nueva burguesía que se nutre de las capas bajas de la ciudad, al mismo tiempo que la antigua se empobrece. Estos advenedizos contribuyen a la implantación de un nuevo sistema, donde ciertos valores, considerados cruciales por el autor, para la regeneración de la nación, como la educación y el sostenimiento de la unidad familiar, son obviados. El éxito no viene anticipado de esfuerzo y tesón, sino de falta de escrúpulos, simulación, oportunismo e incluso crimen y violencia, favorecidos por conductas amorales. Para acallar cualquier vestigio de conciencia o superar el hastío y la frustración, se recurre a las drogas y al alcohol. De ese modo, proliferan la prostitución, el alcoholismo y la delincuencia, consideradas por el autor, como graves enfermedades de la vida capitalina. La fisonomía de los barrios bajos, de la atmósfera de la ciudad descrita por Azuela, es de una sordidez premonitoria:
               Describe las miserias de una ciudad, pero llegó a incluso a vislumbrar las catástrofes que muy pronto se avecinarían. No sólo mostraba las traiciones de los políticos y los ascensos de los oportunistas sino el crecimiento y el desorden desmedido de los barrios bajos, dueños de cantinas, drogadictos, hampones.81
Tampoco exime de crítica a la provincia, caracterizando a sus gentes de fanáticos religiosos, pobres de espíritu, hipócritas que llegan a regodearse con las desgracias ajenas, seres oscuros que desperdician sus vidas con vista al paraíso bíblico. Azuela se inmiscuye en numerosas ocasiones en la narración dejando entrever su opinión:87 ”El pueblo, por ejemplo, manda al Seminario un vendedor de cebollas; el seminario le devuelve un conductor de marranos.”(LL, 178) Los integrantes de la iglesia vienen a ser seres lacrimosos que pregonan la sumisión, el doblegamiento ante el poderoso, la resignación. Sus prosélitos, una piara que reniega de la limpieza del cuerpo por conservar inmaculada el alma: “Lo bello se odia por sistema. El sol, la juventud, la alegría misma son pecados.” (LL, 173) En todo caso, la religión aparece vinculada a la decencia; esa decencia que queda entredicha desde el uso tipográfico, cuando el mismo autor la hace imprimir en cursiva o cuando utiliza entrecomillado para dar constancia de la ironía al hablar de los hombres de “mucha conciencia. (LL, 186)
                  Y sin embargo, a pesar de ser Azuela un hombre anticlerical al tiempo que librepensador, enemigo de sectarios y liberal individualista,82 en la diatriba emprendida contra el estamento religioso, lejos de situarse en el bando contrario, deja evidente su independencia cuando al mencionar la guerra de los cristeros no elude su opinión: “Y cuando comenzó la persecución religiosa más imbécil de este siglo…” (LL, 190) El mencionado conflicto, surge durante la presidencia de Calles. Como reacción ante las acciones de su gobierno, la iglesia convocó una huelga durante la cual se suspendieron las misas. El cierre de los templos y el aumento de arrestos de miembros del clero, encendió la brecha del enfrentamiento armado. Los católicos se organizaron y emprendieron su particular Guerra Santa. Tras el levantamiento, el gobierno, adoptó medidas más drásticas. Los curas fueron perseguidos, obligados a cerrar sus parroquias y a afincarse dentro de las ciudades. En esta postura desmedida y radical emprendida por el gobierno, algunos han llegado a vislumbrar la influencia de la masonería mexicana, infiltrada en todos los ámbitos de la sociedad, ya sea políticos, administrativos, o culturales, que desde la independencia había mostrado su oposición a la Iglesia católica, que por ser la religión dominante, era considerada opresiva. Según ellos, el hombre, como ser racional, no requería ayuda sobrenatural para cumplir sus objetivos. La religión era una cuestión personal e interna y debía por tanto mantenerse separada del Estado. Los diputados liberales fueron tradicionalmente clasificados como francmasones, luteranos, demonios y jacobinos,83 término éste último, que aparece en varias ocasiones en la novela. No obstante, estas ideas no eran exclusivas de la masonería, aunque resulta ser un factor más de confluencia que hay que valorar en relación con las corrientes intelectuales y filosóficas de la época. Con estos antecedentes, los personajes principales de la novela, con sus respectivas monomanías, ofrecen elementos susceptibles de interpretación histórica: José María con su fanática obsesión bíblica y Dionisio deslumbrado por los progresos de la ciencia, metonímicamente representan, a los dos bandos históricamente enfrentados, protagonistas ambos, del fratricidio perpetrado a raíz de la Cristiada.
                    Luis Leal ya señaló que la percepción de la realidad por parte de Azuela se halla condicionada por su profesión médica. Siguiendo este precepto, observa la sociedad, a su juicio enferma, con ojo clínico, con el fin de diagnosticar los males que le atañen: simulación, codicia, arribismo, vicio y lujuria, y al evidenciarlos, sentar las bases para que la misma sociedad pueda paliarlos. No sólo se dedica a diagnosticar padecimientos individuales, ya sean mentales o físicos, sino que su examen alcanza a la colectividad, por lo que disecciona a todo estamento, clase o gremio. La revolución convulsionó a la sociedad mexicana, la desestabilizó no sólo estructuralmente invirtiendo el orden social, sino que generó la proliferación de una serie de comportamientos anómicos que en La luciérnaga, son diagnosticados, como indicios de enajenaciones mentales. Las sacudidas políticas han producido muchas monomanías. No hay época social que no esté señalada al menos por una de ellas.84 La suya se caracterizó por un irracional fervor religioso que llegó a su máxima expresión en el estallido de la revolución cristera donde el pueblo más adocenado e ignorante fue al mismo tiempo el más perjudicado. Al otro bando, Azuela vislumbra un mundo regido por un materialismo exacerbado, obsesionado por la ciencia y el dinero, síndrome de los nuevos tiempos. La imagen del mundo al revés viene anticipada por el destrozo del camión 1234, que incorpora la tetraktys pitagórica como símbolo de la totalidad, esta vez invertida. La modernidad muestra así sus contradicciones. Los valores del pasado pierden su relevancia y el autor no puede dejar de manifestar su escepticismo ante los años venideros.
                    Si todo hombre se encuentra condicionado por su época, lo único que puede salvarlo del determinismo, es el viaje a la autoconciencia, el conocimiento de sus limitaciones, la búsqueda del propio equilibrio, la conquista de la dignidad, tradicionalmente vinculada al concepto del honor, tan maltrecho en los tiempos modernos. Si seguimos el itinerario vital de los personajes de Azuela, éstos sólo logran dignificarse a través de la educación y el trabajo.85 En La luciérnaga será Conchita el único personaje que emprenda este camino. En ella subyace la ideología del autor que enfatiza sobre el papel de la mujer como elemento de cohesión familiar, otorgándole un papel preponderante en la transmisión de valores morales, imprescindibles para posibilitar el futuro cambio social. El simbólico viaje por ella realizado, es algo más que un retorno a su tierra. Será en el espacio de Cieneguilla, donde se lleve a cabo su definitiva transformación, encontrando finalmente a través de la introspección, la luz que ilumine su camino. En consecuencia, retomará la misión que le corresponde como esposa y madre, pero ya no volverá a ser la misma mujer abnegada y vulnerable. Su espíritu se ha curtido. Ha aprendido de sus errores. Azuela le confiere al personaje, a pesar de sus limitaciones, la posibilidad de decidir. Su propio fuero interno será el que le proporcione la clave de su destino. La actitud de Azuela no es derrotista. Aboga por el inconformismo, incitando a realizar la utopía de transformar el espíritu de la humanidad. Se hace necesario batallar, abrirse camino en medio de la adversidad, la esperanza a un mundo nuevo.

                          (Fragmento del TFM presentado en la Universidad Complutense de Madrid por  María R. Romo Rodríguez)



           

76 Leal, 1989, p.859.
77 Torres de la Rosa, 2011, p.51.
78 Díaz Arciniega, 1985, pp.492-500.
79 Díaz Arciniega y Luna Cháves, 2009, p.233.
80 Azuela, 1974, p.199
81 Azuela, Arturo, 2002, p. 57
82 Azuela, Arturo, 2002, p.72.
83 Frahm, 1992, pp.73-92. 88
84 Esquirol, 1847, vol. I, p.156.
85 Díaz Arciniega y Luna Chavéz, 2009, p.105

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